miércoles, 16 de septiembre de 2020

Las bondades de los números


Una noche cualquiera de éstas de confinamiento, ya acostados y antes de coger el sueño, me sale la Peque con una cháchara irrelevante acerca de que su número favorito es el ocho. ¡Pedazo de premio!, es lo primero que se me ocurre. Y más, teniéndolo ahora tan a la mano... El premio, me refiero. 

Para que veáis lo curioso de la asociación de ideas. A mí, el número ocho me transporta enseguida al seminario y a mi amigo José Pablo. Él era el cuatro, Pirri, y yo, el ocho, Amancio. Ambos, catetillos de pueblo, muy futboleros y muy aferrados del Madrid. Compartíamos un secreto muy secreto que ni siquiera nos atrevíamos a confesar, no fuera a ser que nos despacharan del seminario: espiábamos a Isabelita, la muchacha de la limpieza, para verle las cachas cuando fregaba las escaleras a la antigua usanza, cuerpo a tierra. No sé lo que me pasa, pero cualquier asociación de ideas, comience por donde comience, termina siempre en la lascivia. 

Y siguiendo con mi señora, enseguida pienso lo que puede inventar una mujer en la cama con tal de escurrir el bulto y no ir al meollo. Pero, en fin, le sigo la corriente. ¿Por qué el ocho?, me intereso con muy pocas ganas. Y se enrolla con que es una nota de casi sobresaliente. ¿Y entonces, por qué no el nueve o el diez?, protesto animándome un poco. Y me dice que el diez supone una responsabilidad muy grande, te obliga a ser siempre el mejor, a mantener el tipo toda tu vida, es un agobio, no sale a cuenta. El nueve es casi lo mismo, te compromete a ser siempre un empollón. Sin embargo, el ocho es una nota muy buena y no te ata tanto. Y le contesto, ya despabilado del todo, que se equivoca, que eso era antes. Hoy, el ocho es una nota casi de aprobado, que me he enterado que los chavales sacan ahora notas de hasta trece y catorce, macho... 

Ea, llévate media hora a su alrededor, mariposeándola; prepárale su infusión de yerba Luisa; mírala con ojos bobalicones; déjale, incluso, el mando de la tele a su disposición para que vea Master Chef ése de los cojones; en fin, haz una faena bien aliñada para que ahora, llegado el momento del estoque, te salga por la bondad de los números. Pero bueno, hay una gran verdad en su planteamiento, al menos en lo que a mí respecta: mi vida de estudiante y luego la de médico ha estado presidida siempre por ese fardo pesado de tener que ser el mejor, no pasar nunca desapercibido, y el del miedo al error.

Sed buenos, enga... 

4 comentarios:

  1. Intentarémos serlo.
    Pero lo de verle las nalgas a la limpiadora, era un secreto a voces. 🤣🤣🤣🤣, no teníais la exclusiva.

    ResponderEliminar
  2. Lo sabemos ahora. Pero en aquellos días cada uno se creía propietario absoluto de "sus secretillos".

    ResponderEliminar
  3. Piénsalo a la inversa, que la de las ganas fuera una mujer y el de los números, un hombre. Y verás qué artículo te sale.

    ResponderEliminar
  4. Cada mujer tiene su propio ciclo sexual. Tú, Fili, añadirías que empeora con la edad.
    A los hombres nos toca adaptarnos y hacernos de querer.

    El sexo relajado, sensitivo, de juegos y caricias sin prisas, recreándonos en vez de ponernos como motos, les gusta más que el acelerado.
    Salvo honrosas excepciones esto es así.

    Personalmente, ese cambio de mentalidad me ha ido muy bien.
    Y hasta ahí puedo leer.

    ResponderEliminar