Sería mucho decir que mi cuñado Frasco fuera hombre de iglesia. Hasta excesivo. Y mira que le pillaba cerca... Nacido y bautizado en La Capilla, hasta hizo en el cortijo su Primera Comunión junto a su hermana Juani, unos años mayor que él. Criado entre ganapanes y artesanos, fue desde chico aprendiz de cualquier cosa del campo, sobre todo de aquello relacionado con la huerta. Aprendió las primeras letras con un maestro desarrapado, por desafecto, que el señorito contrataba por la comida. De mocito, se aficionó a las motos hasta que consiguió ahorrar lo suficiente para comprarse su flamante "Montesa Impalas". Con ese aval, su buena presencia y una inagotable carga de paciencia logró conquistar la plaza altiva de mi orgullosa hermana Josefa, tan meapilas ella. Y se casaron y fueron felices -ellos eran más de zorzales- y tuvieron niños... Y todas esas cosas propias de los matrimonios de antes. Pero capillita, lo que se dice de iglesia, muy poco. Casi ná. Un medio comunista camuflado en mi casa. Como lo fue su abuelo Serafín.
Pero, hete aquí que en llegando este día del 8 de septiembre era el primero en estar listo para partir. Y fíjate tú que, a mis entendederas, era un día horrible, pero él lo disfrutaba como un niño a quien sus padres sacan de viaje por primera vez. En el viejo cuatro latas de mi padre viajaban mis padres con mi hermana la chica y la pareja feliz hasta Corcoya para asistir a la procesión de la virgen de la Fuensanta, la más milagrosa de los alrededores. Si sería milagrosa, que mi madre estaba convencida de que su concurso había sido más decisivo todavía que el de nuestra venerada virgen del Carmen, o el de la virgen de Los Remedios granadina para que nuestra hermana pequeña, hija de unos padres casi cincuentones, no sólo naciera sin falta, sino la más espabilada de todos nosotros. Fíjate. Por tal motivo, mi madre se había echado una manda (una especie de voto) a perpetuidad y con carácter familiar que la comprometía a ella y a sus hijos a este ceremonial. Durante muchos años, mis otros hermanos y yo, con nuestras santas respectivas, hacíamos piña con ellos en esta peregrinación tan popular en Palenciana. Tradición ésta que, corriendo el siglo, ha sido prolongada por mis sobrinos mayores de tanto haberla mamado cuando niños.
Aunque la gente cuenta anécdotas relacionadas con lluvias torrenciales en alguna de estas procesiones, todos mis recuerdos de este día convergen en un sol aplastante y pegajoso, un no saber qué hacer de un lado para otro en medio del campo o en las inmediaciones de la ermita, y un repasar decenas de veces los cuatro puestos de cacharritos de juguetes, escapularios y otros motivos de piedad. Allí, en medio de la nada, no había más que un olivar enclenque y en pendiente (olivar tradicional se le llama hoy) que parecía preparado a propósito para aparcamiento: un olivo para cada coche, y cada coche en su olivo. En años de exagerada afluencia, sin embargo, un olivo podía cobijar hasta tres coches, es verdad.
Ahora, desde la perspectiva que nos da el tiempo, uno cree que lo que realmente disfrutaba mi cuñado Frasco de este día tan especial era la reunión familiar campestre; la tertulia en el terruño, mis chistes verdes y asquerosos; la tortilla de papas de mi hermana, crujiente por la tierra que la brisa levantaba, los chorizos a la canela que tan ricos preparaba la Peque o la "porracrúa" de mi cuñada Dolores... Y luego, la medio modorra a la sombra de un olivo con un terrón por almohada, la cara emboscada en el sombrero y la mosca zumbona en la oreja que no para. "Siaputa", la mosca. Y hacía por alargar la siesta y la tarde para llegar, ya de regreso, a la Alameda con hora de picotear algo en una taberna de carretera. Era un disfrutón de la vida, vaya que sí. Conocía como nadie los secretos de lo sencillo para sentirse feliz. En su cuerpo se lo ha llevado.
Y hoy, día de la Fuensanta, he querido traerlo a mi recuerdo y a mis historias.
Y sin que sonara el móvil ni se hablara de las pamplinas de la televisión.
ResponderEliminarY sigo pensando, como el sabio (aquí es bueno acercarse al buen árbol), que la auténtica patria del hombre es la infancia. Asumelo Fili, nunca seremos tan felices. Un abrazo
ResponderEliminarNo, Paco. He tenido una infancia felicísima. Pero mis días con la Peque son insuperables. ?Y qué me dices, ahora con mis nietos?
ResponderEliminarEs verdad. Ahora con los nietos me estoy llenando hasta los bordes. La infancia marca como el jierro de una divisa, pero dónde se ponga BV esto...!
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