miércoles, 23 de septiembre de 2020

Tempus fugit

 

Es lo que hay. Tempus fugit. La cosa es que delante del espejo no parece, ni de coña, que vaya a cumplir sesenta y ocho tacos dentro de dos meses. Claro que si me miro otras partes colgonas de mi cuerpo... Pero lo voy aceptando como algo natural. Envejecer con gallardía no es mala cosa. En las clases de Geriatría les insistía a mis alumnos que una de las recetas del envejecimiento exitoso consiste en saber aceptar de buen grado las limitaciones fisiológicas que nos marca nuestro tiempo. El tiempo de cada uno, que no es el mismo para todos los de idéntica edad, no. Cada quien es cada cual. Limitaciones que nos van sorprendiendo de un día para otro en el plano físico, el psicológico o el conductual. Y otra pócima tan valiosa como la anterior es saber aprovechar las ventajas residuales a tales limitaciones. El hecho fastidioso de no poder jugar al tenis como antes, por ejemplo, me ofrece la oportunidad para leer, escribir, pasear con la Peque y con mis nietos... Si ya no soy capaz de mantener dos horas seguidas de estudio puedo emplearme en la cocina o en hacer las camas, con gran contento de mi señora. No todo va a ser hándicap. Las canas y las arrugas nos dan otro aire, otro caché, nos permiten posiciones de serenidad y cordura, sin tanta vehemencia como los jóvenes, a quienes toleramos piadosamente sus bravuconadas porque también nosotros lo fuimos. 

Ganamos los ancianos arrobas de ternura para compartirla con nuestros nietos. Nos enorgullecemos de los años vividos en un siglo en el que todavía pudimos cultivar la magia, la inocencia, la utopía, la esperanza de una vida mejor. Conocimos cosas, personas y hechos imperecederos en nuestros corazones: hemos vibrado de emoción con los Beatles, los Brincos, Simon and Garfunkel, el Dúo Dinámico, Karina...; admirado a Alain Delon, Sofía Loren, Liz Taylor o Richard Burton; aprendido de nuestros maestros y de nuestros curas, de Martín Vigil, Tierno Galván, Carlos Castilla del Pino, Garrido Luceño, Cela, y hasta de Amancio, Pirri o Gárate, que no todo era Franco. Supimos convertir el sacrificio en diversión, sacamos provecho del esfuerzo, disfrutamos de esos pequeños placeres que, por clandestinos, eran mucho más intensos: los ligues, los guateques, los besos, los magreos con nocturnidad, los pisos de estudiantes como coartadas para vivir en pareja... En fin, ¿para qué más? Hemos sido hijos de nuestros padres y nietos de nuestros abuelos. Yo, que, a decir de mi mujer, he sido toda mi vida un viejo, tengo la agradable sensación de haberla vivido a tope. Fíjate.

Nadie en su sano juicio va a desear morirse, claro que no. Pero a mi edad -y la de muchos de vosotros- la muerte ya no es tan impensable ni lejana como la considerábamos de jóvenes. La aceptamos -no nos queda otra- como accidental compañera de viaje que puede sorprendernos en la siguiente curva. No es que no nos importe, no. Pero nos va a pillar con nuestra mochila repleta de vivencias, de trabajo, de bondades... y hasta de nietos. ¡Ay, los nietos! La penúltima de nuestras grandes alegrías del vivir. ¿Qué abuelo de los presentes no ha pensado más de una vez en este año maldito preferir mil veces que el virus se lo lleve por delante pero que deje en paz a sus chicuelos? 

Mi chacho José "Zapaterillo", un personaje singular en mi familia, en sus últimos años comparaba a los viejos con las macetas de su patio: "Niño, no sirven pa ná, más que pa gastar agua. Pos lo mismo nosotros". Acostumbrado a su duro quehacer en el campo durante toda su vida, con su mulo Suárez, no llegó a entender nunca que un jubilado pudiese cobrar una paga mensual sin trabajar. "Niño, los viejos nos damos con el gobierno. Tendría que venir algo que nos llevara palante a muchos". Otro profeta.

Una de las muchas vivencias que más me ha impactado en estos meses de pandemia, y en relación con la muerte, ha sido la de un amigo a quien he ayudado por teléfono a sobrellevar su particular calvario del coronavirus. Llegó un día en que creí necesario que pidiera una ambulancia y lo llevaran al hospital. Él se resistió. No quería salir de su casa. "No es que le tema mucho a morirme -me suplicaba-; lo que más me aflige es tener conciencia de que ésta pueda ser acaso la última vez que salga de mi casa". Me tuve que tragar un buen nudo. Pero fue al hospital, se curó y volvió a entrar por la puerta de su casa.

Sí, es verdad, todo eso está muy bien. Siento que he disfrutado de una vida muy completita. Lo cual, sin embargo, no es óbice para que uno sienta un pelín de nostalgia. Sí, se ha acabado mi ciclo de médico, de hombre en plenitud. Lo acepto. Sin mal rollo. Creo haber cumplido mi doble misión, la de ser un buen médico y la de enseñar a otros a serlo. Me encuentro satisfecho, sin petulancia. Y preparado y dispuesto a disfrutar de este nuevo y apasionante periodo vital hasta que el cuerpo aguante, coronavirus mediante.

Sed prudentes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

13 comentarios:

  1. Sí, estoy de acuerdo con lo que dices. Lo que pasa es que, ante la muerte, siempre tiene uno ganas de echarla a un lado. Ahora no, déjame disfrutar unos años de mis nietos junto a mi compañera y mis hijos, suelo pensar. Yo, sinceramente, no le temo a morir. Debe de ser fácil porque todos se mueren. Lo que sí le temo es a una enfermedad puñetera. En fin, cómo creyente espero gozar de una gozosa eternidad junto a vosotros.

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  2. Parece que has escrito el artículo para mi, dada mi situación amigo Fili. Gracias y un abrazo

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    1. Antonio, no te sientas aludido. Esto es válido para todos. Tú ya estás recuperado. Un abrazo.

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  3. Como suele ser habitual en tus escritos, reflexión inteligente, llena de humanidad y su pizca de humor.
    Un placer leerte.

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  4. Amigo José María comparto al cien por cien tus sentimientos.
    No tengo miedo a la muerte, cuando llegue el momento no me encontrará sufriendo por su inevitabilidad.
    Por supuesto lo mejor de nuestra actual situación son nuestros nietos. Ellos junto a las pequeñas cosas e ilusiones son el motor de nuestras vidas.
    Recibe un fuerte abrazo.

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  5. A pesar de saber que es ineludible, y aun viéndonos con el chasis lleno de remiendos, nadie quiere afrontar el trago de pasar al otro barrio.
    A pesar de las sorpresas que da la vida y de los malos tragos, es preferible seguir tomando decisiones que quedar callados para siempre.
    Un abrazo amigo Filiberto.
    Juan Martín

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  6. Todo muy bien. Pero son eufemismos. Mi realidad es mucho más que esos momentos de ternura y de capacidades limitadas. El pasado no me sirve en absoluto, soy incapaz de gozar con lo vivido. El futuro ni quiero pensar en él. Sólo el presente y éste es el deterioro. Sin darle más vueltas, es el intentar conservar algo para que el borde del pre4cipicio, por donde andamos continuamente, no nos lance al abismo. Todos los viejos hablamos de formas de vivir, que nos alejen de la cruda realidad. Estamos todo el día rumiando sobre vitaminas, aporte de líquidos, alimentación sana...Me consuela al menos un poco, que la madrugada era fresca, el monte oscuro y la blandura del otoño la percibe mi olfato. La luna cuando es creciente no se ve en nuestra zona. La Magdalena a las seis de la mañana es un hermoso castillo medieval y yo llego pletórico de fuerza y de poder.

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    1. Querido Ardino, eres un sabio del Carpe diem. Bien. Yo, sin embargo, disfruto con lo vivido, me regodeo en mis recuerdos; y sí, cada vez proyecto menos mi futuro. Sí, tu madrugada es fresca y vigorosa. Y a tu regreso desde el castillo de la Magdalena, el indio del horizonte, eterno e inmarcesible, encoje el cuello para dejar al sol naciente invadir por entero tu gentil cuerpo.
      Un abrazo.

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  7. Cuando yo muera, muchas personas se tendrán que hacer cargo de mis restos físicos y de mi mundo privado, lleno de libros, muebles, cuadros y bonitos cachivaches.
    Al igual que Manuel Jurado, Fili, Juan Martín y otros contertulios, que manifiestan sus ataduras emocionales con los nietos, yo, que no tengo hijos ni nietos querría, que se salvaran las mejores cosas que he ido "atesorando". Cosa de las querencias.

    Pero coincido con Ardino que sólo tenemos el presente y la mejor opción es vivirlo con la pasión, fruición, conciencia y alegría que nos sea posible.

    No sé si el tiempo huye o simplemente está ocupado en conseguir alcanzar algo. En cualquier caso vamos viajando en él hasta donde nos permite el tiket correspondiente.

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  8. Una reflexión amena e interesante sobre el otoño de nuestra vida. Los nietos son la mejor medicina para los achaques que muchos padecemos. Es un placer leer todos tus relatos amigo Fili. Un abrazo

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  9. Gracias, muchachos todos, por vuestro cariño y vuestras aportaciones. Un abrazo.

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