lunes, 28 de septiembre de 2020

Vivir la calle

Mi maestro en la calle es Agundo. Como él no hay otro. En la escuela, don Luís. En la calle, Juan Manuel, "Agundo" para todo el pueblo. Y mira que Manuel Velasco se le acerca bastante en temeridad y arrojo. Pero no. Porque lo de Juan Manuel García Soria, que es su nombre completo, es punto y aparte. Es un muchacho valiente y echao palante, pero, además, es bueno y de corazón noble. Es el líder natural desde la calle Sol para abajo, hasta las Eras Bajas. Todos los chaveas que somos peleístas vamos con él. Y Manuel Velasco capitanea a la gente de las calles del norte, Eras Altas, Pendencia, Gracia y calle Río hasta Las Peñolillas. La plaza, en todo el centro y lo alto del pueblo, es territorio neutral.

Yo soy segundo espadachín, por detrás suyo, naturalmente. Y segundo arquero, por detrás suyo, claro está. Así como me conocéis ahora, tan prudente y modosito, de niño era un cafre. Cañete está todo el rato disputándome el puesto, pero siempre le gano. Se creerá él que por ser hijo del cuerpo... En la calle solo vale tu habilidad para manejar el estoque y esquivar los golpes del contrario. Y en eso soy un hacha. Nos pasamos más tiempo en peleas internas dentro de nuestra pandilla por mantenernos en el escalafón que en los enfrentamientos con los otros. También porque siendo un año o dos mayores que nosotros, casi siempre nos zurran.

Mi espada es de madera vieja y pestosa. La fabrico de las cajas del pescado que deja Miguel Sevilla en el patio contiguo al de mi abuela. Me salto la tapia, y, entre gatos lustrosos, escojo la tabla más apropiada. Soy un manazas. Nunca me sale una espada presentable. Ni un tirachinas, ni un palillé, ni una tolda... Tú ves, los aros, sí. Los aros me los proporciona José Espadas en el taller de La Capilla, y son circunferencias perfectas y bien alisadas. Pero peleando en la calle soy el número dos. En el espadeo me entreno con Agundo. Hay veces, pocas, en que hasta le gano. Igual es que él se deja, me tiene como a un hermano pequeño. El tiro con arco lo practico yo solo en el patio de mi abuela. Las flechas son carrizos del río, y las dianas, los gatos del patio de Miguel cuando merodean por encima de la pared. Alguna vez, incluso, los pollos de mi abuela.

-Niña -le decía mi abuela a mi madre con mucha preocupación-.¿Tú sabes qué le está pasando a los pollos, que parece que cada día me falta alguno?

-Yo, no, Josefa -contestaba resignada-. Pero me lo puedo imaginar...

Entrenamos en los Barrancones, por el camino del Pozuelo, donde hoy tiene su huerto Periquillo, y otras veces, en lo hondo de la Molina, terreno pantanoso de matojos perennes. Las tardes enteras después de la escuela y hasta que dan la luz. Nos saltamos la merienda, total pa lo que hay... Según la temporada, nos comemos alguna zanahoria de las que riega Antonio el de la Huerta, y, si no, la parte ternita y el corazón de los cardos borriqueros. Y subimos luego calles arriba hechos polvo. "Parecéis húngaros" -nos regaña Micaela cuando nos ve tan desastrados.

Es Agundo mi mentor en el río. Cualquier chavea que va por primera vez al río ha de hacerlo con un mayor "responsable". Si no es así, los nadadores expertos no te dejan entrar en el agua. "Niño, José María, ¿tú con quién vienes?" -me aborda mi primer día JuanMa Coera. "Yo vengo con Agundo". "Ah, bueno, vale". Y así con todos los novatos. Así es como aprendí a nadar. A su vera. Él por encima, cortando un poco la corriente; y yo, por abajo, a uso perro. Y antes de llegar a la otra orilla nos volvemos. Pa no cansarme.


Pero de manera irremediable, el seminario supuso el punto de divergencia en nuestras vidas respectivas. Agundo era un niño superdotado para los estudios. Nunca apiaró con el cura ni con los monaguillos, salvo conmigo. Y, de esa manera, perdió la única oportunidad que hubiese tenido para desarrollar todo su potencial intelectual y cambiar el rumbo de su vida. Mi suerte fue otra. Nuestros mundos han sido totalmente distintos: él, trabajador de la hostelería en la Costa; yo, ya sabéis: médico en Córdoba y en Sevilla. Pero nuestros corazones no olvidarán aquel tiempo inocente en que vivir era un juego incansable de espadachines mocosos y desastrados.

5 comentarios:

  1. Algo parecido escribió Don Antonio Machado de un patio de Sevilla.

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  2. Buenas tardes José María, estas vivencias que nos trasladas me recuerdan tanto a mi infancia...
    Puedo comprobar que me suenan a que estás inmerso en escribir unas memorias de tu vida. Quizás esté equivocado pero aunque así sea, te animo a que lo hagas y disfrutes de esos recuerdos de un tiempo pasado que ya nunca volverá a ser igual.
    Recibe un abrazo fuerte.

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    1. No, Manolo. Disfruto más así. Unas memorias requieren de una exigencia en los hechos que yo no necesito. Me gusta más inventar acerca de hechos reales que yo decoro a mi gusto. Por otra parte, lo de las Memorias es para gente seria e importante que está a punto de cascar. Y no es mi caso. Jajaja

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  3. José María, cada vez me va sorprendiendo más tu capacidad narrativa, que va ganando en cada escrito que nos va llegando. En este me haces evocar con cierta nostalgia, recuerdos de la niñez que tenía “empolvados” en la memoria, sin tocarlos desde hace mucho tiempo y que cada uno tiene su historia de la que muchas veces no tenemos una consciencia clara.
    Intuyo que tienes aun mucho que contar, así que espero seguir leyéndote.
    Una mano a la altura del corazón y una inclinación de cabeza con mucho afecto ( que la vamos a hacer si esto es lo que hay)

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    1. Jajaja, Juan. Muchas gracias. Todos los d enuestra edad hemos tenido unas vivencias muy similares. Por eso nos llega tanto a nuestra fibra este tipo de relatos. Un abrazo de los de antes. Jajaja

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