sábado, 26 de septiembre de 2020

Rin Tin Tin, a perragorda

 Nunca me he sentido atraído por la consulta privada. La tuve durante un par de meses hace ya muchos años. Un amigo neurólogo me convenció, porque precisaba de un internista de referencia para muchos de sus pacientes. Y me fui con él a un consultorio privado donde el dueño ponía todo lo necesario de aparataje y se quedaba con un porcentaje de lo que facturábamos. No recuerdo cuánto. Aquello no cuajó. Yo echaba muchísimo en falta mis tardes de asueto y de estudio, de estar con mi hija, de jugar al balón con mi perrita y estropearle las macetas a la Peque. Y luego estaba el tema de que me costaba un huevo cobrarle a la gente. No teníamos una secretaria, esa salida tan socorrida de "no, aquí no; la secretaria le cobra". Me daba vergüenza cobrarle a los viejitos o mandarles pruebas caras. Total, que lo dejé.

Y echando ahora la vista atrás, piensa uno en lo vergonzoso que he sido siempre a la hora de poner la mano. Recuerdo que sólo la peseta de mi padrino los domingos me resultaba aceptable. Claro que en aquellos tiempos poca gente más podía darme nada. En los primeros años de residente, cobrábamos la nómina en el banco, en billetes. Y pasaba mucho apuro. Incluso ahora, ya un jubilado con lustre, prefiero el cajero automático al banquero, me da reparo "pedirle" mil euros, por ejemplo, para pagar a mis albañiles. 

Viene todo esto al caso de los primeros televisores que llegaron al pueblo. Veréis.

Creo que el primer televisor del pueblo al que tuvo acceso la gente fue el del bar del "Gordito". Retengo la imagen de perdonar mi baño en el río los domingos por la tarde con tal de no perder mi silla en el bar. Veíamos "Rin Tin Tin", el primer perro policía que conocimos los chaveas de entonces. Y luego, "El llanero solitario", y "Guillermo Tell", años antes de que llegaran  "Bonanza" y "La casa de la pradera". Costaba una perragorda, o la consumición de un vaso de casera de limón, que era lo mío. Y al poco de esto, mis padrinos compraron la tele para su bar. Una bendición, porque tenía gratis la casera de limón y las películas. Sin embargo, la vida nunca es tan fácil: mi madrina, "La Chorro", siempre atareada en su cocinilla, nos designó a dedo a su sobrino "El Chatillo" y a mí como cobradores de la chavalería. El salón de la parte de abajo del bar se llenaba de chaveas, y había que cobrarles una perragorda a cada uno. ¡Qué fatiga, nene! ¿Cómo iba yo a cobrarles nada a Agundo, comandante de mi pandilla, a Juan de Chaparrito, a José "El "Botón" o a Cristóbal de la Guili, amigos de mi calle? ¿Con qué cara me presentaba, mano vergonzante, delante de mi amigo Antoñillo el cartero, de Manolo de Mari Gracia o de Rafalín el "Herraor"? ¿Y a las niñas?... Socorrito era mi prima; Isabel, mi vecina; Carmen "Zapaterillo" y la Nati, íntimas de mi hermana...¡Qué vergüenza! Llegué a preferir cuando pagaba mi gorda en el bar del gordito antes que esa especie de suplicio. Pero tampoco podía hacer eso.

A la hora de irnos, otro mal trago: el "Chatillo" le endosaba un porrón de gordas a mi madrina, y yo, apenas cuatro o cinco.

-Pero por qué esta diferencia tan grande?-preguntaba la Chorro.

Y yo, tan inocente:

-Es que éste le cobra a todo el mundo.

-Pues como tiene que ser -refunfuñaba mi madrina-. Apañá estoy yo contigo...

Un domingo de mediados de septiembre del 64 televisaron un Español-Real Madrid, con el aliciente añadido de ser la primera vez que Distéfano se enfrentaba al Madrid. A las seis de la tarde. Podéis imaginar cómo estaba la sala. Abarrotá. Francisco "El Chatillo" se hartó de cobrar, los bolsillos a rebosar, porque la ocasión requería de un real por barba. Él lo cobró todo, porque yo, tan aferrado al Madrid, no perdía ojo al partido. Creo que fueron los únicos dos goles que le vi marcar a Puskas en directo.

-Francisco -le propuse al final del partido con mucho secreto-, vamos a hacer una cosa: tú me das un puñado de gordas para que la chacha Chorro vea que yo también he hecho algo. ¿Vale? 

De alguna manera me aprovechaba de mi superioridad jerárquica al ser yo de tercero de monaguillo, un año más que él.

-Vale -me contestó sin vacilar-. Y tú me haces el rosario de mañana tarde.

-Bueno, venga.


Seamos cándidos como palomas. 


6 comentarios:

  1. Y feroces como leobez. Un abrazo y gracias Fili.

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  2. Astutos como serpientes, decía nuestro Señor.

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  3. Películas del oeste, fútbol y tardes de toros: Aquella voz grave y pausada del insigne D. Matías Prats, desplegando un gran repertorio de datos era para la España de la época, toda una clase educadora en diferido.
    Un abrazo amigo José María.
    Juan Martín

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  4. Mi primer contacto fuerte, con abducción televisiva incluida, se produjo en el salón parroquial de Villaharta. Era gratis y además dependía de mi tío Constantino, cura párroco de la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad.
    Allí veía una serie televisiva de intrigas y mazmorras que me transportaba a un mundo mucho más interesante que el de la realidad pedánea.
    El protagonista era Paco Morán, un actor cordobés muy conocido en su época.
    Buen relato. Me identifico contigo como mal cobrador. El detalle final demuestra que, en cambio, sabías negociar estupendamente.

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    1. Jajaja. El detalle final es una licencia de autor. No soy negociante para nada.

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