Bien, reconozco que mi posición a este respecto es un poco complicada e incómoda. Primero, porque soy un católico descreído -eufemismo de ateo- que se ha criado entre sotanas; segundo, porque tanto mi persona como mi blog se inspiran en la concordia y huyen de la confrontación; y en tercer lugar, porque tengo amigos que eventualmente pudieran sentirse disgustados por mis palabras. Pues, vale, pasa del tema, no escribas sobre este asunto. Pero me impele a hacerlo precisamente aquello que tantos buenos curas me enseñaron: el compromiso social, la voluntad de servicio que se le debe suponer a la Iglesia.
Veamos: las Agustinas de san Leandro, en Sevilla, han trocado su tradicional obrador de yemas, pestiños y magdalenas por las máquinas de coser, y están fabricando unas 300 mascarillas diarias. Pues estupendo. Cáritas de Córdoba ha echado mano de jóvenes voluntarios para algunas de sus tareas. El rector del seminario de san José, en Burgos, ha dispuesto sus instalaciones para convertirlo en albergue para personas sin hogar. Con una disponibilidad para 55 plazas, ya está en funcionamiento. Esto es, que cunda la cosa, joer. Cuesta encontrar en la prensa algún ejemplo aislado de aportación eclesiástica con la sociedad civil. Seguro que existen muchos más casos similares, pero a uno le agradaría poder testificar ese empeño y sentirse así orgulloso de la casa que fue su hogar durante tantos años.
¿Y qué pasa con la Iglesia como Institución? -os preguntaréis-. ¿Qué deberíamos esperar? Bueno, desde mi más sincero y profundo respeto por las comunidades cristianas de base, desde mi admiración por muchos curas, monjes y monjas que sustentan el auténtico sentido cristiano de entrega y de pobreza, y desde mi cariño por toda la gente de buena fe, considero que la Iglesia debería aprovechar esta magnífica e irrepetible oportunidad que le brinda la crisis para ofrecer a la sociedad parte de lo mucho que posee: su descomunal patrimonio inmatriculado. Ni siquiera hiciera falta el dinero. Quizá bastaría con poner a disposición de las autoridades civiles y sanitarias espacios y lugares desocupados tales como pisos, iglesias, seminarios, salones, hoteles, aumentar sus aportaciones a Cáritas... No sé, algún gesto de grandeza. Sin ánimo de lastimar a los católicos practicantes, uno no puede dejar de preguntarse dónde está la juventud católica, dónde los seminaristas, dónde los cofrades...¿Encerrados en sus casas? ¿Quizá de Ejercicios Espirituales? Y sin embargo, gente de protección civil y personas jubiladas de alto riesgo haciendo el reparto del banco de alimentos. ¿Tiene eso sentido? ¿Acaso no podría la Iglesia activar su enorme potencial humano para que sus jóvenes de bajo riesgo se ocupasen de tareas tan esenciales hoy como las de apoyo a Cáritas, a las hermanitas de los pobres o a las residencias de ancianos? A lo mejor ¡ojalá! lo están haciendo y no se publicita por aquello de que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. ¡Ojalá! Sacadme entonces de mi error, y yo pediré perdón. "Los pobres no son mi problema" -respondió cierto obispo cercano a una pregunta al respecto por parte de un cura molestoso.
Veamos: las Agustinas de san Leandro, en Sevilla, han trocado su tradicional obrador de yemas, pestiños y magdalenas por las máquinas de coser, y están fabricando unas 300 mascarillas diarias. Pues estupendo. Cáritas de Córdoba ha echado mano de jóvenes voluntarios para algunas de sus tareas. El rector del seminario de san José, en Burgos, ha dispuesto sus instalaciones para convertirlo en albergue para personas sin hogar. Con una disponibilidad para 55 plazas, ya está en funcionamiento. Esto es, que cunda la cosa, joer. Cuesta encontrar en la prensa algún ejemplo aislado de aportación eclesiástica con la sociedad civil. Seguro que existen muchos más casos similares, pero a uno le agradaría poder testificar ese empeño y sentirse así orgulloso de la casa que fue su hogar durante tantos años.
¿Y qué pasa con la Iglesia como Institución? -os preguntaréis-. ¿Qué deberíamos esperar? Bueno, desde mi más sincero y profundo respeto por las comunidades cristianas de base, desde mi admiración por muchos curas, monjes y monjas que sustentan el auténtico sentido cristiano de entrega y de pobreza, y desde mi cariño por toda la gente de buena fe, considero que la Iglesia debería aprovechar esta magnífica e irrepetible oportunidad que le brinda la crisis para ofrecer a la sociedad parte de lo mucho que posee: su descomunal patrimonio inmatriculado. Ni siquiera hiciera falta el dinero. Quizá bastaría con poner a disposición de las autoridades civiles y sanitarias espacios y lugares desocupados tales como pisos, iglesias, seminarios, salones, hoteles, aumentar sus aportaciones a Cáritas... No sé, algún gesto de grandeza. Sin ánimo de lastimar a los católicos practicantes, uno no puede dejar de preguntarse dónde está la juventud católica, dónde los seminaristas, dónde los cofrades...¿Encerrados en sus casas? ¿Quizá de Ejercicios Espirituales? Y sin embargo, gente de protección civil y personas jubiladas de alto riesgo haciendo el reparto del banco de alimentos. ¿Tiene eso sentido? ¿Acaso no podría la Iglesia activar su enorme potencial humano para que sus jóvenes de bajo riesgo se ocupasen de tareas tan esenciales hoy como las de apoyo a Cáritas, a las hermanitas de los pobres o a las residencias de ancianos? A lo mejor ¡ojalá! lo están haciendo y no se publicita por aquello de que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. ¡Ojalá! Sacadme entonces de mi error, y yo pediré perdón. "Los pobres no son mi problema" -respondió cierto obispo cercano a una pregunta al respecto por parte de un cura molestoso.
Por contra, me produce sonrojo comprobar que para algunos sacerdotes y obispos la preocupación de estos días tan inciertos sea la de poder decir misa en las puertas de las iglesias o bendecir las calles custodia en ristre. Sin contar con la desfachatez -permítaseme la expresión- de algunos prelados iluminados que ya han dado no solo con la causa, sino también con la cura de esta enfermedad. Veamos qué predican: el origen de la crisis está en los pecados recientes de la Humanidad, esto es, la eutanasia, la diversidad sexual y el aborto. Y luego de la causa, la cura: el tratamiento consiste en procesiones y ofrendas, porque está demostrado que el antídoto más eficaz contra el virus es la fe. ¡Arsa nene! Y los científicos devanándose los sesos en busca de la vacuna.
Enga, anda, vámonos pal balcón.
Enga, anda, vámonos pal balcón.