domingo, 15 de marzo de 2020

Quedaos en casa

Día 1 de aislamiento.

¿Por qué hemos llegado hasta aquí?

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Estoy saturado de informaciones sombrías, casi todas ciertas. Para lo que uno podía esperar, pocos bulos. Estoy cansado de tanto chiste, ocurrencia y meme sobre una realidad tan seria, aunque el ingenio de la gente para estas cosas de fatalidad siempre consigue sacarme una sonrisa.

Hemos llegado a este extremo del aislamiento doméstico por culpa de este virus traicionero. En este momento, los ciudadanos desconocemos si se trata de un virus artificial, esto es, creado en un laboratorio virológico -pudiera ser así-, o se trata de una mutación extraña de uno previo que infectaba solamente a animales salvajes. En cualquiera de los casos, asumo la sospecha de que ha escapado del control humano. Y es un virus peligroso porque combina una alta tasa de contagiosidad y moderada letalidad. Podría haber sido peor. Esto es lo que creo que está pasando. 

Me fastidia que aun en circunstancias tan críticas haya gente empeñada en culpar a alguien de esto. Para algunos, las cosas malas son siempre culpa de alguien. Sin embargo, una pandemia de esta magnitud universal no puede ser achacada a determinadas acciones de gobierno. Tenemos en España epidemiólogos excelentes. ¿Por qué no habían previsto este ascenso brutal en la curva de contagios conociendo ya la experiencia en China y en Italia? No lo sé. El gobierno debe actuar en función de los informes epidemiológicos. ¿Qué ha pasado, pues? No lo sé. No creo que en otros países como Alemania o Reino Unido la cosa vaya mejor que en España por disponer de un gabinete de crisis mejor preparado o más eficaz. No lo creo. El virus no está en el aire, no lo respiramos paseando por las calles o por el campo. Lo adquirimos en el contacto cercano con personas infectadas, bien por medio de las gotitas de saliva que proyectamos al hablar o toser, bien porque nuestras manos contagiadas lo depositan involuntariamente en las barandillas de las escaleras, en los botones de los ascensores o en los asideros de los autobuses o de los trenes. La cultura mediterránea no puede cambiarse de un día para otro. Nosotros vivimos en la calle, charlamos a voces, reímos a carcajada limpia, cantamos echándonos el vahído, nos gusta tocarnos, apretarnos y darnos besos sonoros. Y sacarnos los mocos secos con los dedos. Y cogemos sin guantes la fruta del Mercadona. "Semos" así. Ahí está el quid. No todos los países tienen esta alegre y despreocupada conducta social y callejera.

Por eso, aplaudo la medida del aislamiento social. Mientras no dispongamos de vacuna es lo mejor que podemos hacer para detener y allanar la curva del contagio. Ha llegado tarde, es verdad. Y tampoco nosotros, la gente corriente, nos lo hemos tomado en serio hasta ahora. Metámonos todos y vayamos a una. 

Anoche me emocioné un montón al salir a mi balcón para aplaudir a los sanitarios. Ofú, es demasiado. Es difícil imaginar la sobrecarga brutal, tanto física como emocional, de estas criaturas benditas: médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, personal de limpieza... He oído comentarios escalofriantes del personal de mi hospital y de otros hospitales sobre cómo es el día a día de una guardia en Urgencias o en UCI. Heroicidad. Doy gracias a Dios por haberme librado de esta experiencia. Es curioso: mientras he estado en activo jamás he tenido aprehensión por "pillar" algún bicho raro. Siempre me he sentido inmune, pese a mi pobre disposición para todo lo que sea ponerme batas especiales o guantes. ¡Joer, si no sé ni ponerme los guantes de las gasolineras!... Pero ahora es distinto. Estoy un poco asustado, la verdad. Bromean conmigo mis más cercanos con la amenaza de que pronto las autoridades sanitarias echarán mano de los reservistas. Sinceramente, yo sería más estorbo que otra cosa, y además sería de los primeros en caer, habida cuenta de lo que he contado antes sobre la precariedad en mis precauciones. Que llamen a la Peque, ésta sí que puede con todo.

Es momento, pues, de ponderar en su justa medida el valor de nuestros servicios públicos. En estos días destaca sobre todo la grandeza de corazón de nuestro sistema sanitario público, pero tampoco olvido las fuerzas del orden ni al funcionariado al pie de los cañones. Espero que muchos descreídos de lo público sepan rectificar en vista de lo que está ocurriendo.

Por lo demás, este primer día de confinamiento ha resultado entretenido: tablas de zumba ante la tele en dos sesiones, mañana y tarde; ratos largos de lectura pausada; alguna trifulca entremezclada con la Peque porque se me olvida ponerme el delantal para freír el bacalao con tomate; siesta reparadora con mi perrita; sesiones intermitentes de face time con mis nietos y conversaciones telefónicas con los amigos para departirnos nuevas. No, sesiones de sexo despelotado, todavía no. No queramos hacerlo todo el primer día. 

Hasta mañana, amigos.

2 comentarios:

  1. Amigo José María, el virus nos ha metido a todo el mundo en casa a pesar de nuestras excusas. El virus no lee la prensa ni ha ido a la escuela, pero su diseño nos hace polvo.
    La contundencia del virus nos baja los humos de golpe, ante la contrastada fragilidad de nuestra naturaleza humana. Es un aldabonazo que nos avisa: Mejor ser humildes con todo lo que nos rodea, que ir de prepotentes y palmar sin darnos cuenta por un estornudo a destiempo.
    Como siempre, felicitarte por el acertado comentario, poner la mascarilla y lavarse las manos.
    Un saludo
    Juan Martín

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