Amanece fresquita la mañana y cargada de noticias cada vez más escabrosas. Está uno por no leer más. Ahora, un carta en el New England Journal..., la revista médica más prestigiosa del mundo, nos cuenta que el coronavirus puede permanecer en el aire ambiente durante tres horas, y por eso se recomienda usar mascarillas por la calle. ¡La madre que parió!... Ya hemos perdido la cuenta de tantas precauciones. Lo único que me he propuesto al respecto es hacer gárgaras varias veces al día con agua templada, sal y vinagre. Nauseabundo, es verdad, pero te deja la garganta la mar de despejada.
No todo van a ser males. A nuestro amigo Antonio ingresado en un hospital le van a dar el alta hoy. Estupendo. Y he gozado de un subidón de autoestima al coronar con éxito una gestión delicada en el manejo de este amigo: desde el hospital hasta su domicilio hay dos horas largas y tediosas de camino. Evidentemente él no está en condiciones de conducir, y su mujer no conduce. Al parecer, según me comunica el internista de guardia, la consigna dada a los hospitales es que las altas de los pacientes por coronavirus se hagan por sus propios medios si ello es posible. Siempre ha de haber excepciones. Al final, como digo, la gestión ha resultado efectiva, y nuestro amigo se irá a casa en ambulancia. El jefe de Admisión se ha portado cordial y empático, y más aún cuando le dije que servidor lleva a mucha gala el haber sido uno de los médicos que, hace ya treinta y cinco años, inauguró ese hospital. Todo va a ir bien.
He telefoneado a Diego y Elena, amigos de aquí de Antequera, por ser los únicos que no han dado hasta el momento ninguna señal de vida en los wassapt. Ni pío han dicho. "¿Qué pasa, Diego, que no decís nada?" "¿Que qué pasa, dices? Pues que estoy ya deseando de pillar el virus de una vez y dejar de acojonarme". Es inevitable el tiroteo de noticias. Yo apenas abro ya ningún audio de esos de supuesta auto ayuda. Te deprimes.
Después de la sesión matinal de zumba, mi mujer y yo subimos a nuestra terraza a tomar la dosis diaria de vitamina D: media horita de lectura al solecito, sentados en nuestras hamacas, y la perrita enmedio. Hemos repartido la terraza con los vecinos por horas. A nosotros nos ha tocado a las 11. Pero, en realidad, podemos ir cuando queramos, somos seis vecinos y por allí no asoma nadie. La terraza no es excesiva, lo justo para hacer un poquito de footing, o de llevarme mi balón y regatear a las máquinas del aire acondicionado, bobas que son, sabiendo que salgo del regate siempre por el mismo lado ni se inmutan. Domino desde ella todos los puntos cardinales: al norte veo los tejados y terrazas de otros edificios; al este se impone la visión majestuosa del indio acostado; al sur, la sierra del torcal; y al oeste, casas y unas lomas con pinares graciosos. Pero encima, nuestra terraza cumple con los requisitos apropiados para poder rezar desde ella, siguiendo las instrucciones del obispo de Córdoba que opina que rezar es una necesidad básica. Pues muy bien: mi terraza invita a la oración ya que alcanza de cerca a dos torres excelsas (san Agustín y san Sebastián) y a dos ermitas (Las Recoletas y, algo más alejada, la de la Veracruz). Deporte, lectura, sol y espiritualidad: mens sana in córpore sano.
Otra dosis importante de tranquilidad: parece ser que el reclutamiento de médicos jubilados va a ser voluntario y para labores de apoyo a atención primaria. Bien. Y otra: los chinos ya tienen medio enjaretada una vacuna. Pronto se iniciarán los ensayos clínicos en humanos. Son tremendos. Si Gaudí hubiese contratado a chinos La Sagrada Familia estaría ya pendiente solo de colocar los rodapies.
Hoy, lentejas con chorizo y morcilla, pero en plato llano, que no ajonde. Y a las dos, almorzando, que si lo dejamos para más tarde, luego a las cinco me dan ardores con los ejercicios de abdominales.
Bueno chicos, esta tarde noche tenemos dos sesiones de balcón: a las 20 horas, aplausos para el personal sanitario; a las 21 horas, cacerolada para el bribón, digo el Borbón.
Sed buenos.
No todo van a ser males. A nuestro amigo Antonio ingresado en un hospital le van a dar el alta hoy. Estupendo. Y he gozado de un subidón de autoestima al coronar con éxito una gestión delicada en el manejo de este amigo: desde el hospital hasta su domicilio hay dos horas largas y tediosas de camino. Evidentemente él no está en condiciones de conducir, y su mujer no conduce. Al parecer, según me comunica el internista de guardia, la consigna dada a los hospitales es que las altas de los pacientes por coronavirus se hagan por sus propios medios si ello es posible. Siempre ha de haber excepciones. Al final, como digo, la gestión ha resultado efectiva, y nuestro amigo se irá a casa en ambulancia. El jefe de Admisión se ha portado cordial y empático, y más aún cuando le dije que servidor lleva a mucha gala el haber sido uno de los médicos que, hace ya treinta y cinco años, inauguró ese hospital. Todo va a ir bien.
He telefoneado a Diego y Elena, amigos de aquí de Antequera, por ser los únicos que no han dado hasta el momento ninguna señal de vida en los wassapt. Ni pío han dicho. "¿Qué pasa, Diego, que no decís nada?" "¿Que qué pasa, dices? Pues que estoy ya deseando de pillar el virus de una vez y dejar de acojonarme". Es inevitable el tiroteo de noticias. Yo apenas abro ya ningún audio de esos de supuesta auto ayuda. Te deprimes.
Después de la sesión matinal de zumba, mi mujer y yo subimos a nuestra terraza a tomar la dosis diaria de vitamina D: media horita de lectura al solecito, sentados en nuestras hamacas, y la perrita enmedio. Hemos repartido la terraza con los vecinos por horas. A nosotros nos ha tocado a las 11. Pero, en realidad, podemos ir cuando queramos, somos seis vecinos y por allí no asoma nadie. La terraza no es excesiva, lo justo para hacer un poquito de footing, o de llevarme mi balón y regatear a las máquinas del aire acondicionado, bobas que son, sabiendo que salgo del regate siempre por el mismo lado ni se inmutan. Domino desde ella todos los puntos cardinales: al norte veo los tejados y terrazas de otros edificios; al este se impone la visión majestuosa del indio acostado; al sur, la sierra del torcal; y al oeste, casas y unas lomas con pinares graciosos. Pero encima, nuestra terraza cumple con los requisitos apropiados para poder rezar desde ella, siguiendo las instrucciones del obispo de Córdoba que opina que rezar es una necesidad básica. Pues muy bien: mi terraza invita a la oración ya que alcanza de cerca a dos torres excelsas (san Agustín y san Sebastián) y a dos ermitas (Las Recoletas y, algo más alejada, la de la Veracruz). Deporte, lectura, sol y espiritualidad: mens sana in córpore sano.
Otra dosis importante de tranquilidad: parece ser que el reclutamiento de médicos jubilados va a ser voluntario y para labores de apoyo a atención primaria. Bien. Y otra: los chinos ya tienen medio enjaretada una vacuna. Pronto se iniciarán los ensayos clínicos en humanos. Son tremendos. Si Gaudí hubiese contratado a chinos La Sagrada Familia estaría ya pendiente solo de colocar los rodapies.
Hoy, lentejas con chorizo y morcilla, pero en plato llano, que no ajonde. Y a las dos, almorzando, que si lo dejamos para más tarde, luego a las cinco me dan ardores con los ejercicios de abdominales.
Bueno chicos, esta tarde noche tenemos dos sesiones de balcón: a las 20 horas, aplausos para el personal sanitario; a las 21 horas, cacerolada para el bribón, digo el Borbón.
Sed buenos.
Reza por nosotros, pobres pecadores. Gracias Fili.
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