jueves, 19 de marzo de 2020

Día 5.- Día de san José.

Las doce habían dado y aún no había podido hacer otra cosa que salir a por el pescado y responder al mogollón de felicitaciones por wassapt por mi santo. Me he perdido la sesión matinal de la zumba. A ver... Y encima, la Peque me dice que hoy toca limpieza general. "Peque, tengo compromiso de mi columna diaria para la gente" -intento escabullirme. "Y yo tengo toda la casa por delante, ya escribirás por la tarde. ¡Venga! Lo tuyo va a ser fácil: coloca el lavavajillas, pon las bolsas de basura en los wáteres y en el cubo de la cocina, haz la cama grande, recoge el cuarto de baño, dale con toallitas mojadas en lejía a las patas de la Pelu, ponme a cocer las habichuelillas verdes, y luego sube a la terraza a recoger los trapos." ¡Anda, qué!

Llevo bien el enclaustramiento. Ayer un amigo me llamó la atención porque, por lo visto, también está prohibido salir a los espacios comunes de las viviendas. Por lo que escribí de nuestros ratos de lectura en la terraza. En realidad, la terraza es casi un anejo de mi piso, y allí no sube nadie. Pero bueno, haremos caso. Decía que ya me he acostumbrado al encierro, y ahora resulta que me da repelús salir a la calle porque es que ya no sabe uno ni andar por ella. Esta mañana, la Peque se ha alargado al Mercadona portando doble mascarilla y guantes. A la vuelta, se ha dejado los zapatos en la puerta de la casa, se ha quitado toda la ropa, la ha echado a lavar, y luego se ha duchado. Yo no puedo, no tengo memoria ni coordinación para tanta cosa. He salido a la pescadería que está enfrente de mi casa, con mis guantes puestos. He ido primero a tirar la basura, mirando para abajo para no pisar ningún gargajo de algún desaprensivo, pero la correa de mi perrita va arrastrando por el suelo... Me cachis! Levanto la tapa del contenedor de basura con la tranquilidad de la protección del guante, y con la misma recojo la correa de la Pelu para que no arrastre. Me acuerdo de que me falta el Eliquis, y me llego a la farmacia. Ahora, si cojo la medicina con el guante puedo contaminar la cajita... ¡A tomar por culo! Me quité los guantes y los tiré a la basura. Cuando he llegado a casa, he dejado también los zapatos fuera y me he lavado muy bien las manos. Uno puede separarse del personal un metro o más, eso lo hago bien, pero no controlo lo que toco. Desde que sales de tu casa no dejas de tocar cosas: la puerta del ascensor, la de la calle, el mostrador de las tiendas... En fin. Sea lo que Dios quiera. Pero estoy llegando a un punto en que le estoy cogiendo miedo a salir.

Es hoy un día de san José raro. Con lo que nos traemos entre manos, yo creía que poca gente me iba a felicitar. ¡Tonterías! A las ocho de la madrugada ya estaban mi hermana Carmen y mi sobrina María José dando pitiditos al wassapt. Luego, el Franquelo, el que abre las calles en Antequera. Y desde ahí, legión de amigos y familiares. En vida de mis padres, el día de san José, día grande y rojo en el almanaque, era muy festejado en nuestra casa, una fiesta familiar por todo lo alto. Más aún, si cabe, que el día de san Juan. Celebrábamos la onomástica de mi madre, mi hermana (la niña grande), mi sobrina la mayor y la mía. Día de abrazos, alegría y comilona de arroz y gallo muerto en el Convento donde mi hermana y su marido eran unos anfitriones de lujo. Y si tiramos más para atrás, en La Capilla, donde don José, el amo, regalaba a mi padre algún incentivo en billetes verdes amén de un pavo de la huerta. Y más atrás todavía, cuando siendo seminarista los curas nos daban permiso para venir al pueblo, a nuestras casas respectivas, por ser éste, el 19 de marzo, el día del seminario, para que hiciésemos apostolado y, de paso, la colecta vendiendo estampitas sagradas. Y tuvo que ser, hace ahora dos años, en este día tan festivo para nosotros cuando hubimos de enterrar a mi cuñado Frasco, el casero del Convento, el mejor de los padres que yo haya conocido después del mío. Para mí, el día de san José ha sido siempre muy especial, casi tanto como el Jueves Santo de mi pueblo. ¡Tiempos! Y hoy se me antoja un día muy extraño. Tanto, que nos hemos comido, la Peque y yo, las lentejas sobradas de ayer.

Bueno, vámonos pal balcón.

2 comentarios:

  1. Felicidades, José María. Qué bien lo cuentas. Un abrazo.

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  2. Tienes razón amigo José María, son otros tiempos y ahora vemos la importancia que tiene vivir tranquilos cuidando el huerto, o viendo la TV desde el sofá.
    De todas maneras, felicidades aunque sea con retraso.
    A este virus hay que vencerlo quitándole la oportunidad de entrar dentro.
    Un abrazo.
    Juan Martín

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