domingo, 29 de marzo de 2020

Día 15. Un poquito de espiritualidad.

Temprano, apuntando el sol por donde yace el indio, he subido a la terraza a tender antes de que se levante la Peque, y pueda así ver mi buena disposición de hoy. Si quieres premio en el tálamo, ya sabes, todo el día cumpliendo. Y, de pronto, me llegan por el airecillo fresco de la mañana unos cánticos lejanos y suaves, como caricias para los oídos. Me asomo a la barandilla por ver de dónde vengan los sones. Desde un balcón abierto de par en par, en lontananza, un vecino ha sacado a su galgo a tomar el solecito y un altavoz pequeño con el que está inundando el entorno. Pareciera como si el buen hombre, sin apercibirse de que esta noche hemos dormido de menos, quisiera desperezar a la gente con estos acordes  dulces y atenuados, tan tristes, tan piadosos. 

Es el tema más conocido del Nabucco de Verdi: el coro de los esclavos hebreos. En la quietud solitaria de la ciudad dormida esta melodía rendida y suplicante me llena de emociones positivas y me devuelve al seminario, al Pange Lingua y al Salve Regina, a la espiritualidad pura. Porque, siendo en realidad un canto nostálgico a la libertad, a mí me resulta un soul espiritual. Dejo la ropa, y apoyado en la baranda me dejo ir. Es el momento ése que os decía ayer de encontrarse a uno mismo, el de la meditación. Una nubecilla de algodón que se ha posado sobre los ojos del indio le hace saltar las lágrimas de la misma emoción musical ¡Qué insignificancia, la nuestra! Nos creemos los amos del universo y somos incapaces de soportar ninguna adversidad. ¿En qué queda ahora nuestra pretendida prepotencia? ¿Qué importan hoy el poder, los afanes, los Messi, los Cristiano o el mismísimo Betis güeno?... Algo parecido hubo de sucederles a los judíos esclavos de Nabucodonosor en Babilonia. Se creyeron los únicos, los elegidos, los señalados por Yahvéh para conquistar el mundo. Y les llegó el trancazo. Por soberbios, por sobrados. Por pecadores. "Esto sucedió a causa de la cólera de Yahvéh contra Jerusalén y Judá, hasta arrojarlos de su presencia" (2 Reyes, 24:20).

Sí, me siento un hombre espiritual, sensible, emotivo. Todas estas emociones nos trasladan a una realidad paralela más digerible, más humana, nos ayudan a sublimar nuestras miserias, a elevarnos por encima de lo ordinario, lo terrenal, lo superfluo. Nos acercan a lo divino. La música, este tipo de música, posee ese don de la sublimación, de la espiritualidad. El coro de los hebreos es una súplica al cielo, una oración a lo más alto desde la humildad más descarnada. Nos hace recordar lo minúsculo de nuestra existencia, nuestra vulnerabilidad como especie. Está bien, sí. 

"Ve, pensamiento sobre alas doradas. 
Ve, pósate en las praderas, en las colinas donde exhalan su fragancia tibios y suaves los aires dulces de la tierra natal. Del Jordán las orillas saluda; de Sión las torres derruidas, o Patria mía tan hermosa y perdida"...

Sí, la música es una excelente herramienta que une diferencias y nos eleva a un destino espiritual y mágico. Me gusta más la melódica, y procuro aislarme de lo tecno y bullicioso, pero cualquier registro musical me resulta atractivo. La música religiosa, ¡coño, hasta la música militar! Me pregunto si será por ello que tanto disfruto de la Semana Santa pese a mi posición de laicista convencido.  Y me viene ahora a la memoria un viaje reciente que hicimos mi amigo Juan Francisco y yo en coche, los dos solos, desde Montalbán a Antequera sobre la media noche. Y para espantar el sueño estuvimos todo el rato cantando y tarareando canciones y coplillas del seminario, y -pásmense ustedes- coplas de la mili como el himno de la Legión y el de Infantería. Pa mear y no echar gota. Pero que el Juan se las sabía todas, el sioputa.

En éstas y otras reflexiones nos encontrábamos ensimismados mi perrita y yo, cuando, sin esperarlo, escucho a mis espaldas la primera reprimenda de la Peque: "Pero se puede saber qué coño llevas haciendo aquí media hora"...

Ea, ni meditar puede uno. 

Se me hace tarde, ¡Vámonos pal balcón!

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