viernes, 27 de marzo de 2020

Día 13. Y los maestros

Aquel 24 de septiembre del 2019 hubo de darse un encontronazo entre las constelaciones de Urano y Saturno, porque parece que todos los elementos acordaron ponerse en contra: Pepe, mi yerno, en su trabajo a más de doscientos kilómetros; la Peque y yo, en Sevilla, celebrando la última lección magistral del Ojeda en la Universidad; y en esa hora precisa en que mi hija se preparaba para ir a recoger a Lucas del colegio resultó que Daniel, mi nieto pequeño, afectado por una laringitis aguda, se quedó sin habla y con mucha dificultad para respirar... Mi hija salió pitando para el hospital, y en el trayecto pudo llamar a sus otros abuelos que, desde Fuengirola, partieron rápidamente para recoger a Lucas. Momentos de mucha angustia, vaya. Todo se resolvió con bien. Al día siguiente, mi hija recibe un audio de la señorita Reme que estremece a cualquiera por la emoción que desprende. Le decía de una manera sosegada, amortiguada su voz por esa serenidad que adorna su persona entera, que en situaciones parecidas que volvieran a acaecer no dudase ni un momento en hacérselo saber a ella antes de hacer venir a la carrera a sus abuelos, que ella, muy gustosamente, se lleva al niño a su casa todo el tiempo que haga falta; que no es la primera vez, ni será la última que lo hace y lo hará con cualquiera de "sus niños". Porque para la seño Reme los alumnos son sus niños. 

Un día, haciendo cola en una caja del Lidl, coincidí de pura chorra con una mujer que resultó ser la hermana mayor de la seño Reme, y conocía a mi nieto Lucas. "Verá usted -se pone en plan cotilla-, yo soy soltera pero me gustan mucho los críos. Y mi hermana Reme me cuenta cosas, historias, travesuras de todos sus niños. Para ella son todos como sus hijos, pero es que para mí son mis sobrinos. Me los conozco a todos. Mire, su Lucas de usted es un niño noble, muy amistoso, le encanta pintar y se lo come todo, menos los huevos rellenos, le da asco la mayonesa, ¿a que sí?"

Y lo mismo que sé de Reme, he vivido los desvelos de mi cuñada Conchi con los problemas no solo curriculares, sino también personales y familiares de sus alumnos, que la veneran; he admirado con sana envidia la dedicación obsesiva de mi amiga Paki en la preparación minuciosa y detallista de clases y de actividades para sus pupilos; he aprendido la devoción de mi amiga Mati, que se ha hecho escritora de cuentos infantiles por donde se derrama a chorros su vocación de docente; he escuchado en muchas ocasiones a Julia Pérez-Aranda hablar en su casa de "sus niños" como si fueran hijos propios, cómo puede una persona repartir en tantos cachitos su corazón de madre; o de padre, porque no puedo olvidarme de la magnanimidad de pecho de mi amigo Manolo Estepa, un maestro total, que vivía por y para sus alumnos; o de Fraski, director y maestro a partes iguales, severo, recto, pero todo de carne tierna; o de Antonio Moyano, el padre Antonio, persona única en filantropía y bonhomía; o del propio Franquelo, largamente jubilado, pero que en sus tiempos fuera ejemplo de entrega e iniciativas creadoras para alumnos y para maestros más jovenzuelos. ¡Ah, los maestros escuela! ¡Qué vocación más bonita! Nunca podré olvidar a don Luis, mi primer maestro, un obseso de la ortografía y de la caligrafía. Me gusta creer que a él le debo mi afición por la escritura. Yo no pude con la flauta ni con las manualidades de cartón piedra, ni creo que hubiese sido un buen maestro. Me falta pasensia.

Y ahora, en esta maldita crisis que nos toca, me entero de tantas maestras y maestros anónimos que desde casa no paran de inventar clases y tutorías que envían regularmente a los niños por modernas aplicaciones de ordenador que se me escapan; que intentan ayudar a tantos padres y madres agobiados e indefensos ante tanto código informático, "Niño, yo qué sé de todo esto"... Es admirable. Y ya no solo los maestros. Todos los docentes están realizando un esfuerzo enorme para lanzar por las ondas la escuela on line: cuadernillos de mates, ciencias, lengua, biología... Por todos los medios a su alcance, la comunidad docente intenta minimizar las desigualdades educacionales que va a suponer el cierre de los centros. Aún así, habrá asimetrías lógicas en cuanto que las familias más holgadas saldrán mejor paradas al disponer de más recursos (ordenadores, tabletas, móviles) para compensar la pérdida de clases. Pero ahí está la labor encomiable de los docentes. ¡Chapeau!!! 

Está muy bien que aplaudamos todos al personal sanitario. Desde luego, en estos momentos, son los merecedores absolutos de nuestra admiración porque se juegan la salud y la vida, la propia y la de sus cercanos. Pero, por favor, no olvidemos a los maestros. A medida que vayan pasando los días de encierro todos iremos notando cómo las escuelas son de verdad la segunda casa de los niños, y cómo los maestros y maestras, los segundos padres y madres. Mi admiración más sincera y cumplida por todos ellos.

¡Venga, vámonos pal balcón!  

7 comentarios:

  1. Muy cierto tu escrito Fili, es gratificante leerlo, tengo tres sobrinos dedicados a la enseñanza y se de sus desvelos por sus alumnos, en nombre de ellos gracias.

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  2. ¡ Qué bien escrito, José María!, supongo. Sobre el fondo, ¡¿qué te voy a decir!? No soy imparcial.

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  3. Como siempre con tus escritos nos haces sonreír, emoción muy sana sobre todo en estos momentos o nos sorprendes con tus palabras llenas de agradecimiento. Y es que sólo una persona llena de bondad como tú puede ver todo esto que dices en los docentes. Te felicito por tu profesionalidad y por tu tslentonpara escribir y contar cosas agradables y hermosas.

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  4. Amigo Fili, buen diario que llevas de este encierro. Totalmente de acuerdo contigo, creo que esta profesión es, o debe ser, totalmente vocacional, no como mero remedio por no haber tenido nota suficiente como para estudiar otras carrera. ¡Ay de quienes no lo entiendan así! El esfuerzo y dedicación es duro. Hay una gran diferencia en quienes, por encima de todo, ha puesto el servicio y amor a la Educación, por encima del mal menor.
    No te lo digo de oídas.
    ¡Bravo por ellos!
    Un abrazo

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  5. Naturalmente que me es imposible poder mentar en el escrito a tanto maestro bueno como conozco y admiro. Pero, releyendo el artículo me resulta a mí mismo imperdonable haber dejado en el tintero al Luna, ejemplo de dedicación y entrega a la comunidad educativa andaluza y a su comunidad social de Las Alpujarras. Él sabe lo mucho que lo queremos todos, y sabrá perdonarme el tremendo lapsus. Errare humanun est.

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