viernes, 20 de marzo de 2020

Día 6 de encierro. ¡Que abra ya la primavera!

Parece que no. El invierno se despide frío, desangelado, desapacible. Como debe ser. Mañana será otro día. Ya veremos cuando abre la primavera.

¡Lo que son capaces de inventar las mujeres! Esta mañana, a las ocho, la Peque, sus hermanas y las sobrinas, todas charloteando en el móvil al unísono y viéndose las caras, ojerosas y greñudas, por medio de una aplicación novedosa del wassapt. Y han quedado para repetir esta tarde antes de la balconada. La más necesitada de estas reuniones familiares telemáticas es mi sobrina Rocío, la pobre solita en Barcelona. Bueno, con David, su novio, un santo varón.

Pero vamos a temas serios. Asistimos ya a las primeras dudas acerca de la idoneidad de este aislamiento social a que nos obliga la ley de alarma. Circulan por las redes cartas e informes de algunos epidemiólogos  que opinan que nos faltan elementos importantes de decisión, en otras palabras, que quizás se hayan tomado determinadas decisiones muy trascendentales sin contar con datos fiables del todo. John Ionnidis, epidemiólogo investigador de la Universidad de Stanford, cree que "las consecuencias económicas y sociales del aislamiento a largo plazo son desconocidas, inquietantes y, hasta el momento, sin estadísticas fiables que lo justifiquen". Y pone un ejemplo ilustrativo: dice que parece como si un elefante, hostigado por un ratón que le cosquillea las patas, se tirase por un precipicio. Y es que, a su juicio, nos faltan datos. Uff, es difícil digerir todo eso con lo que tenemos encima. Lo primero es distinguir letalidad y mortalidad, términos que se usan indistintamente, y que, sin embargo, tienen sus diferencias importantes a la hora de aproximarnos a lo venidero. La mortalidad hace referencia al número de infectados que muere. La letalidad es el número de infectados confirmados que muere. No es lo mismo, aunque parezca parecido. En el caso del coronavirus podemos hablar de letalidad, no de mortalidad, puesto que desconocemos cuánta población está infectada y se mantiene sin síntomas. Si conociésemos este dato la letalidad, sin duda, bajaría muchísimo. Y se podría acceder a esa información realizando exámenes microbiológicos a determinadas muestras aleatorias de la población. En España, la letalidad actual es del 4,2%; en Italia, del 8,3%; en Corea del Sur, del 0,6%; en China, del 0,8%. En parte, este baile de cifras puede deberse al número de test que se hacen. Cuanto más extensa sea la población testada más bajará la tasa de letalidad. Esto es algo que parece obvio. Este tipo de exploración epidemiológica será el que pueda desvelar la verdadera dimensión de la pandemia. (El País de hoy). Otro dato: la gripe común causó 6.300 muertes en España en la campaña de 2018 entre 525.300 casos confirmados (letalidad de 1,2%). El problema actual del coronavirus, como sabemos, es que podamos dilatar en el tiempo la tasa y la curva de contagio para no saturar el sistema sanitario. Y centrarnos más en la población de más riesgo que ya conocemos: ancianos, inmunodeficientes y con patologías respiratorias crónicas. Con todo respeto a las doctas opiniones de éste y otros epidemiólogos, parece muy conveniente  la puesta en marcha del aislamiento social, pese a las graves pero transitorias dificultades económicas por las que habremos de pasar todos. No cabe duda de que la situación actual nos va a poner ante un reto imponente como personas sociales. Nos ha llegado la hora de la solidaridad, de la ayuda al necesitado cercano, de las bolsas de resistencia, del desprendimiento, de la generosidad. Por lo menos eso es lo que me enseña la Peque.

He hablado esta mañana por teléfono con compañeros veteranos de mi hospital. La gente responde: las plantas están mucho menos congestionadas que otros años en estas fechas, los internistas atienden a un número más adecuado de enfermos sin tanta sobrecarga, la UCI tiene camas disponibles, sin agobios; las consultas se hacen telemáticas siempre que es posible... En fin, se trabaja con cierto resquemor, es natural, pero con cierto desahogo también. Por ahora, Andalucía es zona blanca, de menos prevalencia del virus, pero la situación es cambiante y puede resultar engañosa. En el momento en que se realicen más test diagnósticos la cosa puede cambiar.

Y la primavera que ya está aquí nos va a traer buenas nuevas. Ya parecen estar abriendo algunos brotes verdes: nuevos fármacos contra el virus, la ansiada vacuna ya probada en chimpancés, el hallazgo de anticuerpos útiles, noticias de abuelos centenarios chinos que se han recuperado de la infección, el reclutamiento de médicos chinos, posiblemente inmunes, a Italia...

Y una anécdota entrañable de hoy mismo. Una compañera neuróloga, hija de un buen amigo, ha cogido esta mañana un taxi para ir a trabajar a su hospital. Y el taxista no le ha permitido pagar la carrera. "Señorita -le ha dicho- es lo menos que puedo hacer por contribuir de alguna manera".

¡Vámonos pal balcón!

1 comentario:

  1. Gracias por este diario "bitácora de la resistencia a contaminarnos de tristeza" intentaremos cargarnos de esperanza. Otra cosa no cabe.

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