Recién duchadito y vestido de limpio reseteo la mañana. Hoy ha tocado compra y farmacia con mis guantes y mi mascarilla, un estorbo grandísimo para mi poca maña. La Peque no me deja salir, dice que los hombres -y muy en especial yo- somos de más riesgo que las mujeres. Parece que es así, sí. Para algo ha de servirles el doble cromosoma X. Bueno, pero ella se alarga al Mercadona para lo gordo, y yo me llego a la panadería y a la farmacia, aquí al lado. Y después de dejar los zapatos en la puerta de la calle, entrar las compras, desinfectarlas con una solución de agua y lejía, y colocarlas en sus sitios, nos despelotamos y nos duchamos juntos. Y hasta ahí puedo contar... Parece que el día de la compra lleva en el lote la ducha conjunta. Ya estoy deseando que llegue el jueves que viene. Jajaja.
Hasta ahora, lo que peor llevo del confinamiento es la ausencia de mis nietos. Acostumbrado a tenerlos todos los días me agobia el mono por momentos. Os pasará a muchos de vosotros, estoy seguro. Porque, por lo demás, mi día a día es bastante parecido a lo de siempre: casa, lectura, escribanía, gimnasia, tareas de cocina, ver y responder wassaps, atender llamadas, el Netflix por la noche... y peleíllas de matrimonio viejo: hoy ha sido por haberme demorado unos minutos y no haber acudido a tiempo para hacer la cama de matrimonio; ayer fue por que dice que no voy a aprender en mi puta vida a estrujar con fuerza la fregona... Ea.
Entrevistado adrede por un periodista, un niño de ocho años protesta con su natural espontaneidad que "los políticos están locos, no saben lo que es ser niño y estar encerrado". Sí lo saben, hijo mío, pero no os queda otra. Mi nieto Daniel, de dos años, dice en su media lengua que no pueden salir porque les multa la policía. Y Lucas, de cinco, dice que es para que no nos pille el coronavirus, que es un villano ¡Qué lástima! Su maestra, la señorita Reme, les ha mandado por wassapt a todos los de su clase un cuento inventado por ella en el que explica a la manera que ellos lo entiendan la historia del coronavirus, un villano, y ellos, los niños y niñas, unos superhéroes que lo eliminan permaneciendo en casa. Así mismo, la seño, llama a las mamás para recomendarles que faciliten a los niños hablar y reírse con sus amiguitos mediante el face time. Mi Lucas habla con sus primos, su amigo Alonso, del pueblo, y sus colegas de clase: Javi, Martina, Pablo, Sofía... Y conversan a empellones, sin enterarse, sin dejar acabar al otro, "Oye, que ahora me toca a mi"... Con lo que más se ríe mi nieto es contando cuentos de culos, pedos y pitos, no sé a quién habrá salido este niño...
En cualquier caso, creo que los niños se adaptan mejor que nosotros a las limitaciones que se le imponen. Tengo para mí que un niño pequeño solo necesita comida y cariño para sentirse a gusto. En muchas ocasiones, somos nosotros los adultos los que proyectamos en ellos nuestras propias frustraciones. Comparto con el doctor José Ramón Alonso, neurobiólogo de la Universidad de Salamanca, que el entorno familiar tan cercano en estas circunstancias es muy adecuado para el desarrollo cerebral de los pequeños. Tienen cariño, estímulos y juegos, y los padres disponen de tiempo para estar en familia, algo tan deficitario en la vida corriente. Por esa parte, me encuentro muy tranquilo. Mis nietos están disfrutando ahora más que antes, eso creo. Tienen a ambos padres en exclusiva, mientras que antes solo podían disfrutar del padre los fines de semana; disponen de un piso grande, una habitación para cada uno, y dos terrazas enormes anexas al piso (un ático) donde en los días buenos juegan al fútbol con su padre, riegan las flores y arbustos, buscan caracoles entre las tullas o corretean detrás de la Pegui. Cada día mi hija les inventa un taller de algo, pintan, recortan, hacen muñecos, juegan al parchís, recogen los juguetes, ayudan en las tareas e incluso hacen bizcochos y galletas. Y se pelean, claro está.
Claro que este escenario cuasi bucólico, por desgracia, no es lo común, me temo. Hay familias, sin duda, sobrepasadas por las estrecheces de espacio, el teletrabajo y las tareas escolares. Unos padres estresados no pueden mantener la calma ni la paciencia necesarias para poder jugar con los niños. Y se convierte pronto todo ello en un círculo vicioso toda vez que los críos desatendidos perciben la ansiedad en los padres y se vuelven más demandantes, se enfadan más, lloran sin motivo... y desesperan a aquéllos. Estoy pensando ahora en mi sobrino Juan y en Sole, su mujer. Viven en el pueblo, en una casa normal, tirando a pequeña. Tienen un niño de cinco años, como mi Lucas, solo que mucho más nervioso e inquieto, de esos niños que, en los pueblos, se tira tol día en la calle. A ver ahora cómo lo manejan... Y encima, ayer mismo aterrizó en el hospital de Cabra un hermanito nuevo que en pocos días llegará a la casa. La repanocha. O en tantas familias con niños pequeños y un pisito de 70 metros... Nos ha pillado todo esto a contra mano.
Cuando pase esta pesadilla habremos aprendido todos -ya lo hacemos- a valorar la valentía, el coraje y la vocación con que se sacrifican nuestros sanitarios públicos, pero también el trabajo inconmensurable de nuestros maestros escuela que tantas y tantas horas se ocupan de nuestros pequeños, de sus caprichos, rabietas, alegrías y ansiedades.
Ahora, en la balconada aplaudiré también por ellos, por nuestros maestros y maestras. Sí señor.
¡Anda, vámonos ya pal balcón!
Cuando pase esta pesadilla habremos aprendido todos -ya lo hacemos- a valorar la valentía, el coraje y la vocación con que se sacrifican nuestros sanitarios públicos, pero también el trabajo inconmensurable de nuestros maestros escuela que tantas y tantas horas se ocupan de nuestros pequeños, de sus caprichos, rabietas, alegrías y ansiedades.
Ahora, en la balconada aplaudiré también por ellos, por nuestros maestros y maestras. Sí señor.
¡Anda, vámonos ya pal balcón!
Los niños y sus padres se están haciendo héroes. Ayer Tenía que salir a comprar comida. A unos cincuenta metros mis nietos y mi hija. No me llegué. Luego se lo comenté a ella y me dijo: mucho mejor, no quiero que vengas por ti y por los niños.
ResponderEliminarÉstos tienen espacio suficiente, nuevas tecnologías y además unos padres muy conscientes.
Mi amigo Paco es capuchino, vive en el convento de Córdoba. El que está en el Cristo de los Faroles. Me dice que ha dejado la puerta del convento abierta y la de la iglesia cerrada. Me llegan muchas familias pidiendo algo para poder echar el día. Otras viven un conflicto diario de convivencia entre los padres que naturalmente sufren los hijos.
Esas son realmente las enclaustraciones dolorosas. Lo nuestro es una vacación sin mucho parque y sin calle Estepa.
Así es, Joaquín. ¡Ojalá toda la gente pudiese vivir un encierro como el nuestro, pese a todo! Un abrazo.
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