jueves, 30 de abril de 2020

Día 47. La Ciencia nos sacará de esto

El otro día, cuando elaboraba para vosotros aquella disparatada comparación entre Ciencia y Gobierno, pudiera parecer que hacía de menos a aquélla. Aclaro ya que de eso, nada. Es realmente admirable el trabajo y el pundonor de toda la comunidad científica en esta tesitura terrible. Mi respeto y mi agradecimiento.

Decía yo ese día que se publican una media de 100 artículos diarios sobre el Covid-19. Hoy, un tal Carlos M. Duarte, biólogo marino y premio Nacional de Ciencia, escribe un excelente artículo en el País donde me rectifica: son 200 artículos diarios. Recomiendo la lectura de este artículo que se llama: "El virus que despertó la colaboración global".

"En Europa desayunamos con datos recogidos en Asia, y pasamos los nuestros al final del día a América... Investigadores del mundo entero luchan contra el Covid-19 en el mayor proyecto científico de la historia mostrando así el valor de la Ciencia abierta y colaborativa".

El meollo de este artículo estriba en resaltar el enorme valor de la colaboración internacional. En efecto, la Ciencia se ha tomado esta crisis como el mayor reto para la humanidad de nuestra historia conocida, el mayor proyecto de investigación. Y ha sido algo que ha surgido de manera espontánea desde la comunidad científica sin necesidad de un líder destacado. Bien es verdad que dicha Comunidad tiene este terreno, el de la cooperación y la divulgación del conocimiento, muy bien abonado y entrenado. Desde siempre, la CIENCIA con mayúsculas comparte y enseña sus logros. Todos los investigadores comparten sus datos, los resultados, programas y artículos. Muchas revistas científicas, de pago, ofrecen ahora todo su contenido a los lectores gratuitamente, de manera que todos los médicos tenemos acceso a ellas. Es la ciencia abierta y global.

Como dijimos, y sabemos, este ingente esfuerzo ha generado ya una serie importante de resultados acerca del virus y la pandemia, tales como el conocimiento del genoma vírico, las claves moleculares que facilitan su entrada; en parte, los mecanismos de patogenicidad; sus diferentes manifestaciones clínicas; el ensayo de muchos fármacos y terapias; el denodado afán por la vacuna; los modelos que permitan predecir la eventual trayectoria temporal; los sistemas de detección... Porque el único objetivo que persigue la ciencia desde muy diversas disciplinas no es otro que acabar con este desastre, eliminar al virus. Y todo esto nos da la confianza de que el arma definitiva que acabará con esta pandemia maldita será la Ciencia.
Por qué la vacuna para el Covid-19 está tardando tanto?
Y uno se pregunta con amargura que por qué puñetas será tan difícil que este magnífico ejemplo que nos ofrece la Ciencia pueda ser seguido por la comunidad política española. Y no solo los políticos, la sociedad civil es incapaz de aunar voluntades ni siquiera ante una amenaza como ésta. Es triste que la tozudez, la arrogancia, la intransigencia, el fanatismo... en definitiva, el partidismo cainita de unos y de otros sea más fuerte y decisorio que la necesidad de cooperación mutua y global. El gobierno, que no es capaz de admitir de manera explícita los posibles errores cometidos ni encuentra el modo de comunicarse fluidamente con la oposición a la que tacha de desleal; la oposición, que, rabiosa, sólo sabe poner trabas, y cuyo único objetivo parece ser la corrosión y el descalabro del gobierno, escenario único en los parlamentos del mundo; los respectivos presidentes de las autonomías, midiéndosela a ver quién mea más largo; los empresarios, poniendo pegas a las desescalada gradual; y los españolitos de a pie, dándonos tortazos telemáticos por ver si aplaudimos o cacerolamos desde los balcones... Pero bueno, ¿A qué estamos jugando? Da la impresión de que a todos nos importa más nuestra posición ideológica que la voluntad de salir bien parados de esto. Sabemos que a economía va a caer en picado, de acuerdo. Si todos nos apretamos y somos solidarios, estoy convencido de que remontaremos en un año. Por el camino caerán negocios, vale. Ahí debe estar el gobierno. Pero una vida perdida jamás se recupera. Por favor: dejemos de darnos por culo, ¡vayamos todos a una! Como hace la Ciencia. 

Por eso, mi aplauso hoy será para ella, para la Ciencia.

¡Ámonos!

miércoles, 29 de abril de 2020

Día 46. El factor femenino

Anteayer decía mi wassapt que los siete países que están saliendo mejor parados de esta crisis del coronavirus son gobernados por mujeres. Ya de paso, que sepáis también que de 193 países que existen en el mundo, sólo 10 están dirigidos por ellas. Vamos a reflexionar un poquito sobre estos dos aspectos. Venga.

Que haya muy pocas mujeres líderes de sus respectivas naciones posee, con pocas dudas, una fortísima raíz cultural asentada en nuestro consuetudinario machismo. Pero pudiera también tener una cierta base biológica: la testosterona es responsable de la condición de macho alfa; ejerce sobre el cerebro una soterrada influencia de dominio y orgullo; nubla los  sentidos y solo tiene ojos para la lascivia y el sometimiento. Una mala bestia la testosterona. Embrutece la testosterona. Y encima nos deja calvos. Las mujeres también producen testosterona, no creáis. Y las hay con un par de ovarios. Pero, en general, ellas la saben manejar mejor que nosotros (como casi todo lo que hacen). Poseen una delicada enzima -la aromatasa, fijaros que hasta el nombre es bonito y fragante: aromatasa, uhmmm-, que de una manera sibilina seduce a la bruta testosterona y, cual pérfida Dalila con Sansón, quíteme usted de aquí este hidrógeno y de allá este metilo, la convierte en estradiol, una hormona mucho más presentable en sociedad, valiente, sí, pero edulcorada, sociable, intuitiva y lista como ella sola. Una bendición el estradiol ése, si no fuera por su manía por el orden y la limpieza. Y por la jaqueca que produce cuando amenaza coyunda.

Hormonas mediante, resulta que países como Alemania, Nueva Zelanda, Dinamarca, Finlandia, Noruega o Islandia han manejado al virus y sus consecuencias de una manera muy sensiblemente superior que los demás. Que sus líderes -mujeres- supieron adelantarse a los hechos, preverlos, ofrecer mensajes claros y contundentes y poner en marcha las medidas de prevención y de contención antes de que la avalancha se les viniese encima. Y que gracias a ello el impacto en mortandad y en penuria económica está siendo infinitamente menor que en el resto de países. Los números son apabullantes (Alemania, 83 millones de habitantes; 6.000 muertos a día de ayer; Finlandia, 6 millones de habitantes; 180 muertos...)

Es ciertamente digno de reflexión. Ya vendrán expertos que nos expliquen todos estos pormenores y peculiaridades de este dichoso virus en según qué regiones o países, si ha sido cosa de mutaciones propias o de otros factores externos. Nosotros, desde nuestra posición de pandemiólogos a la carrera por especialistas de wassapt y facebook, podríamos opinar que no son comparables las condiciones de vida de estos países nórdicos con las nuestras; que poseen una muy baja densidad de población; que disfrutan de amplios espacios naturales; que no reciben turismo masivo; que su economía no depende del sector servicios sino de la provisión de recursos a otros, de la exportación; que son muy de su casa, no viven la calle como nosotros, ni se manosean ni besuquean tanto, que prácticamente hacen un confinamiento voluntario como de costumbre; que mantienen su raigambre luterana mucho más disciplinada y discreta que la nuestra; más temerosos de Dios y de la autoridad; que son mucho más ricos que nosotros. Y que... tienen mujeres en los puestos de mando.
Noticias de Teresa Rodríguez - Información de Teresa Rodríguez ...

En la foto: Teresa, mi esperanza. Estradiol gaditano del güeno.

Aquí lo dejamos. Cada cual puede opinar. A fin de cuentas, la opinión es algo gratuito, voluble, vano.

¡Vámonos pal balcón!


martes, 28 de abril de 2020

Día 45. Mi barba

La Peque se ha encaprichado. Quiere que me deje la barba. Bueno... Como nadie me ve, me da igual. Cuando salgo a la farmacia o al Mercadona la mascarilla me cubre la cara entera. Sin problemas. Mis nietos ya me la notan por el face-time. "Abuelo, acércate un poco más, que te veamos mejor la barba" -se ríe mi Lucas. Y el Daniel me echa una sonrisilla tímida, incierta. Ya son dos semanas sin pasar por la cuchilla, tú; ya se nota algo. Mi mujer no quiere que les mande fotos por el wassapt a la familia ni a los amigos "hasta que no esté un poco más crecida". Pues, vale. 

Estoy tan acostumbrado a mi imagen "normal" que ahora me veo raro en el espejo. Para mí, estoy más presentable rasurado, con mi cara lisita, "es que no tienes ni una arruga, so puñetero"- me piropeaba mi suegra. Lógicamente, parezco más viejo, con lo que me gusta presumir de nuevo. Todo sea por darle gusto a la Peque. No acabo de encontrarle aún ese no sé qué de interesante, quizás un cierto tono de seriedad, como de escritor bohemio. Mi hija, muy graciosa, se cachondea, dice que me viene muy bien para taparme la papada. ¿Qué papada, niñaaaa? En fin...

Sólo me he dejado la barba una vez, que yo recuerde. Fue en mi primer curso de medicina, 73-74. Claro que entonces aquello era un amasijo indomable de estropajo negro, y ahora parece un postizo de algodón sucio. Y me veo feo en las fotos antiguas. Gastaba yo por entonces unas botas camperas de puntera revenida y una pelliza de ante con borrego en las solapas, a lo Mc Cloud. Me juntaba con Pepe Osuna, "Pepe más o menos" -se hacía llamar él mismo-, de la Rambla, tan silvestre como yo, y formábamos una pareja bastante singular por lo rústica. Curiosamente, estrenaba noviazgo con la Peque y fue ella, como ahora, la que me incitó a hacerlo, lo de la barba. "Qué lástima de mi niño -se quejaba mi madre-, con lo esclarecía que tiene su cara"... Cuando un compañero de clase, despistado, me llamó de usted confundiéndome con un profesor se acabaron las bromas, a tomar por culo la barba.

No sé lo que aguantaré ahora. Lo que diga mi mujer. Pero yo no me veo así mucho tiempo. Me gusta mesar mi cara de niño chico.

Este regalo no lo esperábais. ¡Enga!




Bueno, vámonos a aplaudir.

lunes, 27 de abril de 2020

Día 44. Mi cocidito huérfano

-¿Qué coño?... ¿Qué ha pasado aquí, Peque? -le grito a mi mujer mientras, cazo en mano, rebusco en la olla.
-¿El qué? -me responde entretenida con el agua y los cubiertos.

Estamos poniendo la mesa, y yo me dispongo a sacar los platos del cocido, mi manjar preferido. Bueno, más que preferido digamos que es el que mejor me sale y menos complicaciones tiene. Se rebujan todos los ingredientes en esa olla rápida, "no te olvides de las patatas, que la última vez se te fue el santo al cielo" -se me pone la Peque-, se le añade su agua hasta el nivel que marca el recipiente, se cierra la tapadera herméticamente, se le arrima candela... y sobre una media hora ya tienes el cocido a punto. Un hervorcito antes de servirlo, y listo. Ya me considero experto. 
cocido

Pero hoy ha pasado algo; algo no he hecho como debiera. Porque por más que registro y ahondo no doy con los garbanzos. El cazo se me llena de todo, menos de garbanzos. Ahora cojo tocino, ahora el muslo de pollo, ahora la zanahoria, los trozos de patatas medio despachurradas, el apio... Pero, joer ¿dónde están los trompos? Lo primero que se me viene a la cabeza es que he puesto más calor y más tiempo de la cuenta y que los chícharos se han desecho, pero ¡qué raro! ¿Todos? ¿Ni siquiera los pellejos? Y entonces se me cuadra la Peque delante, muerta de risa: "¿Cómo los vas a encontrar si está aquí el bote enterito en la despensa?"

-A ver, Sema, piensa un poco -se ríe mi mujer cruzando sus piernas pa no mearse-. Se te pueden olvidar las patatas, el hueso del jamón, el tocino, el puerro... Cualquier cosa. ¡Pero, los garbanzooooos! No tienes compostura, hijo mío.

¡Dios! Y ahora me acuerdo que justo cuando estaba echando las cosas a la olla me llamó al móvil mi sobrina Rocío, y eso fue suficiente para distraer mi atención y cerrar y tirar palante sin los garbanzos. No puede uno estar pendiente de dos cosas a la vez, ya está, que no. Es que nos ganan en tó las mujeres, me cago en la mar serena. Por lo menos a mí.


Se conoce que no puedo dejaros así de sopetón. Será el mono. Pero no os acostumbréis, ya no va a ser un diario como hasta ahora, sino cuando a mí me parezca.

Parece que la res pública empeora, los balcones de mi calle se están enfriando. Ayer tarde, mismo, hubo tantas cacerolas como aplausos. No me gusta que la división mediática llegue a nuestros balcones.

domingo, 26 de abril de 2020

Día 43. Adiós con el corazón...

Buenos, chicos y chicas, señoras y señores... ¡Abanicos y soplaores!

Hasta aquí hemos llegado. Levantado el arresto a los chaveas, me siento liberado del compromiso auto impuesto de teneros entretenidos unos minutos cada día. Mi particular desescalada va a empezar por esto: destetaros casi de sopetón y pasear a mis nietos. Para vosotros ha sido distraer el ratito de antes de la balconada con mis ocurrencias, y para mí ha supuesto un verdadero reto de creatividad, imaginación y ganas. Y algún disgusto.

A lo largo de estas cuarenta y dos entregas, y sin proponérmelo de antemano, he ido tocando los asuntos de actualidad del día, a bote pronto, lo que fuera surgiendo. En ocasiones, me he inspirado en alguna charla telefónica con amigos, o en alguna noticia del periódico. Hemos tocado un buen abanico de temas: los niños, los maestros, los sanitarios, la Iglesia, mis manías caseras, mi devoción y dependencia de la Peque, cuentos, relatos de familia... Y necesariamente, la política puñetera. Desde luego que me siento mucho más cómodo escribiendo historias y anécdotas que haciéndolo de política. Me considero un aficionado entusiasta con el relato sentimental y emotivo, y, si puede resultar gracioso, tanto mejor. Creo que ése es mi fuerte en mi aprendizaje de literatura breve. Pero en estos días se me ha hecho imperativo algún desahogo político. Ni lo soy ni me gusta que me tildéis de analista socio político. Nada más lejos de mis apetencias y de mi competencia. No. Lo he hecho porque me lo ha pedido el cuerpo de una manera martillona, ante tanta toxicidad cainita del facebook. Me da por culo que los ciudadanos de bien no seamos capaces de unirnos ante tanta desgracia, sino que andemos buscándonos las cosquillas. Y me ha supuesto algún disgusto conmigo mismo. Porque me resulta imposible transferir equilibrio y paz a todos mis lectores en este asunto tan complejo y tan dramático como el que estamos viviendo. Y también porque siempre he querido alejar mis escritos del partidismo, del sesgo partidista. Aunque se me pueda notar de refilón mi vena podemita.

Quiero, desde estas páginas, pedir perdón a algunos de vosotros que, seguramente, os hayáis podido sentir indispuestos con algunas de mis reflexiones en este tema de la crisis y de la gestión del gobierno. Admito que ha podido faltarme algo (o mucho) de sensibilidad hacia la gente que haya perdido algún familiar o amigo, o la que tenga algún cercano que sea sanitario y se esté exponiendo a la muerte cada día. Comprendo que estas personas vean una flagrante culpabilidad en la gestión por parte del gobierno. Pongámonos en su lugar y sentiremos lo mismo. Y es de justicia aceptar que uno de los agujeros más negros y de difícil explicación en el debe del gobierno ha sido la desprotección sobre dos colectivos tan expuestos: los ancianos de las residencias y el personal sanitario. Desde luego que de ninguna manera creo que haya sido cosa de mala fe ni de falta de voluntad. Ha faltado previsión. Puedo suponer los motivos, pero no lo sé a ciencia cierta. Cualquiera que haya trabajado en nuestros hospitales conoce perfectamente la situación de precariedad pertinaz de recursos en la que vivimos. Si en época de "bonanza" ya nos faltaba el pan ¿podríamos esperar chocolate en esta avalancha que nos ha sobrevenido?

Bueno, dejémoslo ahí. No, no creáis que con esto os libráis de mí. No seré tan cansino del diario como hasta ahora, pero sí seguiremos con nuestros encuentros periódicos como antes. Mi obligación de escribir me ha hecho sentirme muy cerca de vosotros. Entre esto, las llamadas telefónicas y el tiroteo de wassapts con tanta recomendación de películas, canciones y libros, apenas he tenido libre el rato de Netflix por las noches. Así, ¿quién coño va a poder hablar de sexo?

¡Enga, pal balcón!
  


sábado, 25 de abril de 2020

Día 42. La culpa

"La culpa no es ná -dice una chirigota callejera gaditana-. ¡Échala fuera! Cuando vayas al wáter, libérate y... ¡Mea culpa".

Se refiere a la culpa católica, la del confesionario, creo yo; porque la otra culpa, la judicial, sí que es algo.

Ayer noche conversaba por teléfono con un amigo sobre el asunto éste de tanta actualidad en las redes de culpabilizar al gobierno de todo lo que está pasando. Y no solo en las redes sino de particulares y algún partido político, con demandas judiciales de por medio y todo. Desde luego, coincidíamos, los hechos son devastadores. Y es muy lógico y muy humano buscar responsabilidades y señalar a los presuntos culpables. Pero también asentimos sobre el hecho de estar nuestro mundo asistiendo al más inesperado y demoledor acontecimiento que haya visto nuestro siglo a todos los niveles: el sanitario, el económico, el social y político. Y que, por tanto, merecen los encargados de manejar tanta desgracia una cierta concesión a la duda, la incertidumbre y al error.

Nosotros, las criaturas del señor, concebimos la realidad de una forma causal, cualquier cosa que suceda es por algo, necesitamos achacarlo a algo u a alguien. En muchos aspectos, somos demasiado simples y lineales, sin darnos cuenta de que prácticamente nunca hay causas y efectos aislados, sino que todo se produce dentro de un contexto más complejo. Cuando algo malo ocurre es por algo y la culpa es de alguien, de otro, naturalmente. La culpa de algo malo siempre es de los demás. Esta aseveración se magnifica sobre manera en situaciones dramáticas o excepcionales. Es preciso señalar culpables para satisfacer la sensación de "misión cumplida", en la que quien castiga se siente liberado de una carga, de un deber. No soluciona nada, el problema sigue ahí, pero él ha cumplido. Esto, a nivel de la calle; los políticos tienen otra psicología, otros paradigmas que se pueden resumir en aquello tan nuestro de al enemigo, ni agua.

¿Cual es mi posición al respecto? Bueno, no soy imparcial, soy votante de Podemos, de manera que por mucho que quiera alejarme de mi querencia no seré del todo objetivo. Ninguno podemos. ¡Ojalá fuésemos capaces de, en circunstancias tan críticas como ésta, desprendernos del sesgo partidista a la hora de analizar y juzgar los hechos. Pienso que el gobierno es responsable de todo lo que  está ocurriendo: debe responder por la gestión de la crisis, y asumir sus consecuencias tan funestas. Debe admitir los errores cometidos, que han sido bastantes, pero desde la posición en el momento en que se decidieron, no a toro pasado, a la vista de resultados completamente inesperados. No encuentro culpabilidad ni, desde luego, mala fe en la acción del gobierno. Ha habido errores y ha habido fatalidad. Cosas que hubieran podido evitarse y otras inevitables. "Si cerráis la puerta a todos los errores, entonces también la verdad se quedará fuera" (R. Tagore)

Me apetece ahora cambiar de tercio e intentar establecer un paralelismo entre la acción del gobierno y la de la comunidad científica en esta crisis. No me refiero a los sanitarios, que ésos se salen del parangón porque arriesgan la vida. No. Me refiero a la Investigación. Bien, ya vamos sobrados de la supuesta incompetencia del gobierno. Veamos qué ha hecho la Ciencia. Después de cuatro dramáticos meses que llevamos de pandemia, la Ciencia conoce perfectamente la cara y las tripas del virus. Poco más en profundidad. Os puedo asegurar que se publican en las revistas científicas una media de 100 artículos diarios acerca del Covid 19. Ahí es nada. Un trabajo realmente impresionante, vocacional, entregado, a contra reloj, estajanovista. Encomiable. Gracias a esta ingente labor se están salvando muchísimas vidas. Pues a pesar de ello, de 2.800.000 contagiados y de 200.000 muertos en el mundo, existen muchas zonas oscuras, muchas áreas de incertidumbre: aún no sabemos la procedencia exacta del virus; se desconoce el mecanismo patogénico definitivo del daño pulmonar y sistémico, que si efecto directo, que si tormenta de citoquinas, si trombofilia, si metahemoglobinemia...;  persisten dudas acerca de los factores de riesgo de gravedad, por qué muere un hombre de 55 años y sobrevive una anciana de 99; no hay un protocolo único de manejo, se ensayan tratamientos por ver si funcionan, cada hospital lo ha ido adaptando a su manera; lo que hace un mes estaba contraindicado, ahora resulta que es una medida salvadora, y al revés, lo que antes era beneficioso hoy es dañino... No sabe la Ciencia el por qué de la distinta letalidad del virus en distintos países, si será mutación o la distinta genética de las poblaciones... La Ciencia investiga con los principios de ensayo-error, haciendo probaturas; duda, tantea, tropieza, se equivoca, arriesga... y trabaja sin descanso. Y encontrará respuestas para todo esto. Y llegará la vacuna. Y volveremos a creer en nosotros mismos. Y cuando todo esto acabe ¿acusaremos acaso a la Ciencia de haber sido tan torpe y chochona en encontrar la solución? ¿Le echaremos los muertos a la cara? Yo creo que no. Loor a la Ciencia por tanto paciente recuperado. Condena al gobierno por tanta mortandad. ¿Por qué? La Ciencia apenas sale en la tele -mejor así-, se le perdonan los fracasos al saberla honesta, desinteresada y humanitaria, cosa que, desgraciadamente, no se puede decir de todos los gobiernos ni de todos los partidos. Y, además, la Ciencia no es comunista.

Bueno, enga, ya está bien. ¡Vámonos pal balcón!



viernes, 24 de abril de 2020

Día 41. El sexo en..., perdón, perdón, ¡qué cosas tengo!... El amor en los tiempos del Covid

Cincuenta y tres años, siete meses y once días, con sus noches, hubo de esperar Florentino Ariza para alcanzar (y gozar) a la manera bíblica el amor platónico de su escurridiza Dulcinea, la bella y petulante Fermina Daza. Claro que en tanto tiempo tuvo lugar de solazarse con el puterío de la zona y otras damiselas de menor alcurnia. Por fin pudo dar vida a su sueño más anhelado: navegar con su amada, parando el tiempo, en aquel barco apestado con el pabellón del cólera, ida y vuelta, desde la Ciénaga hasta la Dorada; desde la Dorada a la Ciénaga.
-¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir con este ir y venir del carajo? -le preguntó el capitán de la embarcación, hasta los güevos de tanta rosa náutica.
-Toda la vida -dijo Florentino.

Eso es un tío enamorado, joer. Y nos vamos a quejar nosotros por permanecer apenas cuarenta días con nuestras santas... ¡Amos, hombre! Al menos yo no me quejaré. Estoy encantado con tener a la Peque tan a la vista, tan a mano. Con ese nervio, con esa gracia, con esas ganas que le pone a todo... Aunque su primer despertar sea un pelín esquinao "te tengo dicho que cuando de noche te levantes a mear, que cierres la puerta del water"..., en vez de darme un beso tierno y sensual por el pedazo de desayuno que ya le tengo listo. O que su último respingo de la noche resulte también un poco avinagrado: "¿Será posible? -me despide arisca-. ¿Cuántas veces te voy a decir que no me apagues la tele cuando vayas a acostarte, que ya la apagaré yo?... Pero por el resto del día, coser y cantar. La Peque tiene mal despertar, es verdad. Hasta media mañana me mira de manera torva, como deseando trompar. La cosa cambia después de charlar un rato con nuestra hija por teléfono, y ver algún vídeo de los niños. Ya es ella, hiperactiva, alegre, creativa, disponedora... Y luego, como no duerme siesta, pues estupendo, no hay que volver a las andadas.

Pero las mujeres son así, lo llevan en su cromosoma X de más: siempre han de encontrar un punto débil, un postigo mal custodiado, por donde hoyar. Algunos días, a la Peque le ataca el mohín de la comunicación, dice que apenas hablamos...y me hace el gesto de echarse la cremallera en su boca. Y uno, en su condición de hombre insensible a los anhelos rebuscados de ellas, piensa para sí, "pero bueno, si nosotros lo tenemos todo hablado, mujer"... Pero no lo puedo expresar porque eso es precisamente lo que ella espera para seguir revolcándose en su bucle de tragedia romántica: la comunicación fallida. Me reprocha mi espléndida disposición a departir de cualquier cosa con los amigos por el móvil, y el mutismo para con ella; que se entera de mis cosas como lo hace Casado con las propuestas de Sánchez, por la prensa. Creo que no, que no lleva razón; que tiene días en que se ve muy presa de la murria de los niños, y muy afectada por la puñetera medicación.

¡Pelillos a la mar! Pero ciertamente que yo reconozco mis neuras y porculerías. Y más ahora, con mi aprehensión al contagio. Os confesaré que una de mis promesas de recién jubilado fue la de dedicar el tiempo que me quede en hacer feliz a la Peque, que ése fuese el objetivo prioritario. Demasiado romántico. El día a día te va llevando por donde solías, y sigues siendo el mismo cabroncete de siempre, miedoso, egoísta y super controlador. Ella se merece lo mejor. Vosotros lo sabéis. "Aquél de vosotros que renuncie a su vida por mí, ganará la vida eterna" -dijo Jesús. La Peque tiene el cielo ganado mil veces. Porque ha renunciado a muchas cosas por mí. Hubiese estudiado arte dramático, "yo quiero ser artista", lo lleva en la masa de la sangre, vosotros habéis gozado de su duende: pues estudió enfermería, quién sabe si por estar cerca mío; hubiese seguido en Córdoba donde tan a gusto se movía por el Reina Sofía: pues se vino conmigo a la Siberia, al frío de Pozoblanco con una cría de seis meses; prefería el hospital de Vélez Málaga cuando mis oposiciones: pues, a Valme; quiso trasladarse a Granada, pues, nada, en Valme... Tuvo la valentía de irse a Guatemala en misión sanitaria en los tiempos de la torres gemelas sin el calor de su marido, un cagao. Siempre se ha plegado a mis intereses profesionales renunciando a los suyos. Ha sido -y lo sigue siendo- el alma de mi casa, el sostén de mi vida social, la perfecta anfitriona. No diré que no haya habido contraprestaciones, vale. Mi apoyo resultó fundamental para que sacara Bellas Artes, y luego... todos reconocéis mi superación increíble en el asunto de tanta compra-venta, de tantos traslados en estos años pasados. Pero no caben dudas, su platillo de la balanza pesa mucho más que el mío.

Bueno, hoy me ha pillado la vena romántica. Hago mía la frase de Bella Zadore, una pintora innovadora que pinta a las personas en vivo, en carne y hueso, y que proclama que "Dios es una mujer". Pues eso, mi Dios es la Peque. Ea.

¡Joder! Se me va el artículo y no hemos tocado el sexo. Bueno, mañana, que hoy me está empezando a doler la cabeza...

Nos vamos ya pal balcón.

jueves, 23 de abril de 2020

Día 40. Linaje materno


Como no puedo regalaros un libro, hoy os voy a deleitar con una de ésas historias familiares que tanto me gustan.

Durante unas semanas de aquel invierno de 1924, la muy noble e industriosa ciudad de Antequera se vio desabastecida de la mejor leche de vaca y las mejores hortalizas que se podían comprar en los puestos del mercado municipal: las procedentes de Palenciana. Higinio Cruz, el carrero, un tío enjuto y bragado y con la testa más dura que sus mulas, se había negado en redondo a transportarlas. "Mire usted, don José -se enfrentaba a su amo-, que no y que no. Mande usted a otro, si quiere, pero yo no pienso ir más a Antequera hasta que esto no se aclare". "Pero, ¡hombre de Dios! Esto ya se ha aclarado -se esforzaba el señorito, periódico en mano-. Mira lo que pone aquí en el diario... Mira, léelo tu mismo". "Don José ¿usted no sabe que yo no sé leer?

Higinio Cruz era el hombre más madrugador del pueblo. Y el de más arrestos. Proveniente de aquella antigua casta de pobladores originarios que salían cada madrugada al campo en busca de la alborada, le había venido de perilla su oficio de carrero. A las cuatro de la mañana se atacaba el hato, se limpiaba las lagañas con manzanilla, engarzaba las mulas al carro, y salía por el postigo de las Eras Altas en busca de la taberna de Juan Marcos para calentarse con sus copitas de aguardiente seco. Pasaba luego por el molino de Pedro Pedrosa, el de "Los Aragones", recogía el pan para los cortijos, y salía del pueblo por la cuesta de "La Grea" con mucho brío y media melopea. En el cortijo "El Realengo", a una legua y media, hacía parada para soltar el pan y recoger las cántaras de leche y toda la verdura de la huerta de "La Capilla". Y desde allí, a la ancha vega con destino a Antequera. Y al mediodía, entregada y expuesta la mercancía, vuelta patrás. Ésa era su vida. Por eso mismo no podía entender lo que estaba pasando. Un hombre dedicado en cuerpo y alma a su empresa, a su amo, no se merece esto, pensaba.

-No me seas rebuscao, Higinio, son figuraciones tuyas porque este asunto te está afectando más de la cuenta.
- ¿Más de la cuenta, dice usted?...¡Me cago ya en mi estampa!...

Alguna gente del pueblo y, sobre todo, del mercado de Antequera se había hecho eco de un bulo de los de antes: personas humildes del campo que traicionaban a su amo por dinero. Había en Córdoba por entonces un semanario satírico, Patria Chica, picado con la Casa Carreira porque ésta no lo financiaba. Y publicaba con cierta frecuencia alguna columna cargada de crítica mordaz contra "el cacique más grande de toda la provincia", así llamaba el periodista a don José Carreira Gallardo, un anciano de 74 años a la sazón, ya muy achacoso, y que moriría ese mismo año. Y en una de esas columnas difamatorias se mencionaba indiscretamente que " lo que escribimos lo sabemos por nuestro confidente I.C." Y se corrió el rumor de que I.C. bien podría ser Iginio Cruz. El nuevo amo, Carreira Ramírez, pasó por alto tal sospecha porque tenía fe ciega en su carrero de toda la vida, un hombre áspero y mal encarado, pero leal hasta lo indecible. Siendo él todavía un niño, recordaba cómo su padre confió a Higinio el transporte clandestino del famoso "Tesoro" de Carreira, el arcano mejor guardado, la más fabulosa leyenda urbana, el Santo Grial de mi pueblo.

No obstante ello, don José se vio obligado a intervenir para zanjar el asunto de una manera definitiva y contundente, y así preservar el honor herido de su carrero. Mediante un generoso estipendio consiguió que la revista se retractase de esa acusación, alegando en un número posterior que lo de I.C. había sido un error de tipografía, bastante corriente en una revista de tan corto recorrido temporal. Además, don Bernardo Laude, yerno de don José, y abogado de prestigio en Antequera, había presentado una demanda en el juzgado de Córdoba contra el periódico. Aun así, Higinio, tozudo, no quedó conforme. A fin de cuentas, decía, ¿quién lee el periódico en Palenciana? Don José, entonces, resolvió convocar en el salón de su casa de La Capilla, cabeza de partido de todos sus cortijos, a toda la gente importante que trabajaba para él: administradores, manijeros, artistas, secretarios... Una treintena de personas influyentes. Por turnos, solicitando brazo en alto la palabra, cada uno fue exponiendo su punto de vista y reafirmando todos su apoyo incondicional a Higinio. Pero faltaba algo por llegar.
-Manolo -alza la voz don José-. Te estamos esperando. Danos tu opinión, hombre.

Y todas las caras se volvieron hacia Manolo Cívico, "El Pensaor". A sus veintiséis años, era considerado como el sabio, el oráculo del cortijo y del pueblo. Pese a su corta edad y su oficio humilde de cuidador de los pesebres, impartía saber y cordura, y todo el mundo le consultaba. Sabía leer el cielo, predecía el tiempo mucho mejor que la gente de la radio, pronosticaba las cabañuelas, y tenía memoria de lo más remoto oído de sus abuelos... Y Manolo habló, bien oiréis lo que dirá:
-Usted, don José, sabrá perdonarme -carraspeó un poco para aclararse la voz-. Lo mismo que todos los presentes. No he abierto el pico por ser Higinio mi suegro, como sabéis. Y, desde luego, todos conocéis mi opinión. Este hombre -señalando a Higinio- es el alma de esta empresa. Lleva trabajando para esta casa más que ningún otro de los aquí presentes. Es la persona en quien más ha confiado nuestro viejo amo, tan enfermo ahora. Confrontar estas verdades, para mí absolutas, con un garabato de un periódico primerizo me parece ridículo -y ante los aplausos de los concurrentes, sigue-: Hay, además un detalle que me gustaría resaltar. Mi suegro no sabe leer ni escribir, firma con la huella dactilar. Si este periódico lo tuviese como contacto no tendría otra forma de confirmar su nombre más que por el carnet de identidad ¿verdad? Y en Palenciana, que yo sepa, todos los Higinios lo son con hache. En el carnet de identidad de mi suegro pone Higinio Cruz Cívico. Luego I.C., quien quiera que sea, no es nuestro Higinio. Eso es todo, don José.

El salón se caía del retumbe de los aplausos y vítores. Y don José remató con un clásico: "Esta Casa, esta Empresa está donde está, en lo más alto, por mor de vosotros, sus buenos trabajadores".

Bueno, amigos, esto es todo. Hace unos días, bicheando en Internet cosas de los Carreira, me topé con una de esas columnas de Patria Chica atacando de manera cruel al Gallardo. Me llamó la atención la dureza excesiva de un párrafo: "Que sepa usted, don José, que a los vecinos de Palenciana no les gustan algunos de sus sucios asuntos, y los aguantan porque aún no han podido desprenderse de su condición de yunque. ¡Ay de usted, don José, el día en que esos mismos vecinos se conviertan en martillo!...

A raíz de este hallazgo casual me he recreado montando para vosotros esta historieta de ficción para resaltar las figuras de mi bisabuelo Higinio como hombre fajado, trabajador y muy cabezota, y mi abuelo Manolo como persona ponderada y sabia. Ambos por línea materna. Y como agradecimiento a la Casa Carreira, cacique y feudalista, desde luego, pero benefactora de mi pueblo y de mi familia.

¡Venga, a los balcones!

miércoles, 22 de abril de 2020

Día 39. ¡Una limosna pa los negritos de África!

En general, creo que es así: los españoles somos mucho de limosna pa los negritos. Los que hemos entrado ya en la edad provecta, recordamos con cierta nostalgia aquel domingo de octubre, el de los cánticos de la Aurora que nos sacaban de la molicie de la cama, en que después de la misa de doce, nos asaltaban en la plaza bellas muchachitas de falda plisada y tocadas con un graciosa cofia de la Cruz Roja, pidiéndonos, hucha en mano, una limosnita pa los negritos de África y pa los chinitos de China, cría cuervos, tú. El Domund.  Y ya, mucho más recientes, los masivos apadrinamientos de negritos y panchitos con que nuestros padres y otros familiares cercanos han conseguido indulgencias para sus almas. Mi padre recibía cada seis meses una carta de su ahijada con sus progresos escolares y una foto. Un orgullo para él. Y nosotros mismos, que nos tenemos por cultivados y serios, a un nivel muy parecido nos encontramos satisfechos cuando departimos entre los amigos a cuántas ONG estamos asociados. En pocas palabras, nos gusta ejercer la caridad, es algo que llevamos en la sangre desde nuestra primera comunión, como os decía hace unos días. Y me temo que de ahí no hemos pasado.
La caridad se enseñaba en la escuela | La Voz de Almería

Anoche vi en la tele un reportaje acerca de las condiciones de vida de los inmigrantes freseros de Lepe. Uno no alcanza a creerse de verdad que estas cosas estén ocurriendo delante de nuestros ojos, y que optemos por mirar para otro lado. Es un escenario indignante y vergonzoso: en un descampado, una serie de chozas prefabricadas de unos 20 metros cuadrados como mucho, donde habitan cuatro criaturas, con su cocina de butano y sus camas por allí arrebujadas, sin intimidad ninguna, sin agua ni electricidad, y trabajando a cuatro euros la hora. Como campo de refugiados. Pero no hablamos de Siria ni de Irak, estamos en Lepe, o en El Ejido...
Algunos de mis amigos lo pintan peor aún: han asistido a manifestaciones locales de protesta por esta indigna situación; han escuchado los gritos anhelantes de los inmigrantes pidiendo alquileres de casas desocupadas, y las promesas de sus mujeres asegurando el buen mantenimiento de los mismos... "Tenemos trabajo, tenemos dinero, podemos pagaros..." Y han tenido que soportar también, con vergüenza ajena, los abucheos de algunos vecinos impresentables desde sus ventanas y balcones.
En el gueto de la fresa de Lepe (aunque parezca Níger): "Ni en ...

¡Qué desfachatez! ¡Qué sin sentido! Los necesitamos, pero no los queremos. De no ser por ellos, se perderían las cosechas, a tomar por culo fresas y tomates, y hasta las aceitunas; pero...seguimos despreciándolos. No son como nosotros, no son iguales, por mucho que después hablemos de derechos humanos. No. Bueno, de acuerdo, somos iguales, hasta podemos quererlos con amor cristiano de pacotilla, pero cada uno en su casa. Somos de caridad fugaz, una moneda, una cuota mensual, y hasta luego. No nos planteamos la integración real, completa, eficaz, rica y sana de esta gente.

Puedo comprender a los propietarios de viviendas que escurran el bulto. Temen, quizás con razón, los eventuales abusos de algunos de los inmigrantes. En mi casa, aún nos acordamos de la bronca que todos le echamos a mi cuñada Conchi porque se le ocurrió alquilar un piso a unos rumanos recién llegados a mi pueblo, sin encomendarse a nadie, a pelo. Aquella familia cumplió, pagó religiosamente sus cuotas, y es verdad que a la salida, el piso necesitó de varias manos de pintura y otros arreglos de desperfectos, no mucho mayores que los producidos por nuestros turistas españoles en los apartamentos alquilados de cualquier playa. Mi suegro ha tenido durante años dos pisos alquilados a marroquíes. Y es cierto que en un piso para cuatro o cinco personas ellos metían a catorce bajo cuerda, tienen mucha necesidad de ahorrar para enviar dinero a sus familias. En fin...

Tampoco podemos cargar esa responsabilidad a los particulares. Debe ser una gestión política. Este problema de la integración y acomodo de los inmigrantes no es algo sobrevenido que nos pilla desprevenidos. No. Sabemos de su repetitividad, de su cronicidad. Y podemos arreglarlo. A uno se le ocurre, así a bote pronto, que una organización que incluya a sindicatos, corporación local, diputación provincial y empresarios podría implantar una estrategia de habitabilidad digna de nuestro tiempo y de nuestro país. Qué digo yo, la construcción de un polígono residencial o, incluso mejor, facilitar los alquileres familiares de casas desocupadas del lugar en cuestión, haciéndose cargo dicha organización del mantenimiento y de los posibles desperfectos que pudieran ocurrir para alivio de los propietarios renuentes. No sé, algo. Lo que he visto en la tele de los asentamientos leperos, eso, es indigerible, vomitivo.

Bueno, paz y bien. Y vámonos pal balcón. 

martes, 21 de abril de 2020

Día 38. La desescalada

¡Qué (de) nombres raros estamos aprendiendo con esta crisis!: Covid-19, confinamiento, bulos, paparruchas, virus coronado... Y ahora, desescalada. Una cosa como descender después de haber subido, o sea, aquello de que todo lo que sube, baja. Vale.

Pues yo tiemblo cada vez que sale esa palabreja en la tele. Desescalada. Me gustaría quedarme de los últimos en bajar, no sea que aluego haiga que volver a subir (tengo que cuidar de no escribir malamente porque corre por ahí un wassapt gracioso que los que dicen haiga, coiga, asina, vistes...los dejan salir antes). Sigo pensando en la sabiduría de Higinio (Antonio de la Torre) en la Trinchera infinita: "Roza, yo no zalgo, después de tó, aquí endentro no ze está tan malamente..." Eso mismo digo yo. Tan rutinario como soy, se acostumbra uno a lo de siempre, y tan requetebién. Que dejen salir a los niños, que vengan mis nietos a verme, y yo, tan contento. Ya he hecho amistad con María, la gachís de la tele que me está enseñando a coordinar los movimientos del tren superior con los del inferior, veremos a ver si de ésta no acabo de romper de una vez en maricuso, tanto levantar glúteos, tanto balanceo de cadera y dibujar arcos iris con los brazos... Decía que esta María de la tele se comporta como si nos conociéramos de tiempo, nada más enchufarla me dice "vamos allá, campeón, esto es rutina para ti". Y luego, ya metidos en harina, se me pone: "Buen trabajo, sí señor, así, así, venga, no pares, no pares, uhmmm qué bien, qué bueno..." Y eso que yo hago lo que me sale de los cataplines, no creáis que la sigo al dedillo ¡Coño, así da gusto entrenar! No como la Peque que está pendiente nada más que de corregirme, que si levanta más los brazos, que si flexiona las rodillas, que si más energía...

Esta mañana me ha sorprendido un montón la visita de mi hermano Manolo, claro -he pensado-, el que más se mueve. Como dispone de una llave, se presenta sin llamar y, de pronto, acabando mi desayuno, me lo encuentro en el pasillo de la entrada y me zampa sus dos besos, como los de Sabina, uno por mejilla. Así, a pelo, sin mascarilla ni gaitas. "Pero, Samuel -le protesto muy extrañado-, ¿qué coño haces aquí?" Nada, se pone como si tal cosa, asuntos de la cooperativa, y que ya que estaba en Antequera no se iba a ir sin verme. Lo más natural. Joer, lo más natural en otras fechas, no ahora. "Ahhh -se pone restándole importancia-, ya mismo nos desconfinan..." Y yo, todo asustado, tapándome la boca con mi mano para evitar sus proyectiles salivares. La madre que lo parió. Pero es que tal cual apareció se metió en el aseo a orinar "las pastillas de la tensión, ya sabes", y visto y no visto, desapareció. Las cosas de Samuel, pensé.

Luego, sentado en mi despacho empezando a enjaretar mi escrito de hoy, suena el timbre de abajo, el de la puerta de la calle. "Será el cartero -pienso-, suele llamar sobre esta hora. ¿Quién es, Peque" -le pregunto. Caso omiso, nadie contesta. Yo a lo mío, ni me levanto. Y al cabo de nada  oigo ruido de cerradura, me asomo y veo entrar a Elena, también con su llave propia. "Pero bueno -protesto con aspavientos-, ¿aquí todo el mundo tiene llave?" Que, nada, me dice, que ha venido a comprar piononos de la pastelería de al lado, y que ya se ha llegado a vernos. Y otros dos besazos. Con su poquito de vaho. Y antes de que me diera lugar a recomponerme del susto y pensar qué está pasando hoy en mi casa..., como por arte de magia va y se esfuma. "¿Elena, dónde te has metido...?" Empiezo a moverme de un lado a otro de la casa, y gritándole a mi mujer "Peque, Peque, ¿has visto a Elena?"
Y en éstas, me despierta un codazo de la Peque: "Estate quieto de una vez, que estás soñando, so joío".

Y era verdad, estaba soñando. Para que veáis cómo me afecta esto de la desescalada de los cojones, que hasta tengo malos sueños. Tardé en cogerlo otra vez, el sueño, y, cuando lo hice, noté cómo el sopor me transportaba por el cielo, y, de pronto, me vi en Sevilla, en el huerto que el Pozuelo tiene en el "Charco de la Pava", que habíamos quedado allí los amigos para comernos unas migas. Y aquello fue ya el descoque padre, la de abrazos, achuchones y besos... Porque mis amigos de Sevilla no besan así como así, no. La sevillana cuando besa, es que besa de verdad, remedando un poco la copla. Paki da unos besos tan apretaos y sonoros que te (ensuerben) sorben el carrillo, y me regaña por los míos, suaves y de señorita cursi, dice ella. Y el Palanco te da un abrazo de emigrante, de ésos que te levantan del suelo y te hacen crujir las costillas. Y todos allí, rebujados y besucones, que si tanto tiempo sin vernos, que quién se ha llevado mi cerveza, que no, que ésta es la mía, bueno da igual, está chupada, pero con cariño, que si cuchará y paso  atrás, ya me has quitado el tenedor... ¡Sudores de muerte! "De aquí no salgo vivo" -pienso viendo tanto roce, tanto intercambio de voces y de babas compartidas.

En esto que, de tanta miga con chorizo y pimientos, siento un fuerte apretón, tan fuerte que me despertó. ¡Menos mal! ¡Qué despertar más oportuno, oye!

¡Anda, déjate de ensueños, so cagueta, y vámonos pal balcón!

Nota: el de la foto no soy yo, eh.

lunes, 20 de abril de 2020

Día 37. Quedarse uno amolando

Muchos de vosotros, mis fieles lectores, me expresáis vuestra admiración por el hecho de mi constancia literaria durante todos los días que arrastramos de encierro, sin daros cuenta de que sois vosotros mismos mi continua fuente de inspiración. Me llamáis para cualquier consulta y, ya enganchados al móvil, me contáis cosas de vuestra familia, de vuestro pueblo, del vecino que hace pleita en su balcón, del cuñado que lava la mascarilla con alcohol puro, de tal comentario burlesco en las redes... Lo normal, cuando uno está tan desocupado como lo estáis vosotros, cuando no tiene el peso de la escribanía diaria, claro. 

Certus rústicus nómine "Gandoya", vecino de uno de nuestros pueblos más castizos de cuyo nombre no voy a acordarme, tuvo ha tiempo un juicio por haber metido sus cabras en terreno ajeno y haberle perjudicado el laboreo a su dueño. Leídas que hubieron sido las alegaciones, el señor juez le comunicó al acusado la sentencia punitiva, condenándole a no sé cuántos cientos de euros. Pero lo hizo el juez con tal suerte de tecnicismos y letra judicial que el pobre Gandoya se quedó en Babia. "¿No tiene usted nada que alegar a esta sentencia? -le inquiere-. Parece usted alelado, hombre, diga algo". Y Gandoya: "Perdone usted, señor juez, pero es que me ha dejado usted amolando".

Y vamos a desgranar el sentido de la expresión de este hombre tan rústico. En los cortijos de por allí los hombres mataban el tiempo libre de las tardes afilando sus navajas. Era la costumbre. En La Capilla, sin embargo, el ocio era otro: mi padre, José el casero, Luis el hortelano y Manolo "Ilde" se podían tirar horas enfrascados con las cartas. Hasta yo mismo aprendí a jugar al "Subastao". Gandoya y sus colegas porfiaban por ver quién sacaba más filo a sus hojas, de manera que se pasaban las tardes muertas dale que te pego al asperón, cada uno sentado en su piedra del patio o, incluso, paseando, pero absorto en su obsesiva tarea de amolar la navaja. Quedarse uno amolando significa permanecer en lo suyo, ajeno a todo, perdido en sus propios pensamientos. Muy cerca de la meditación. La prueba comparativa definitiva consistía en rasurarse en seco los pelillos del antebrazo, de modo que tenían ese miembro como el culo de un niño chico. 

Ea, ya habéis aprendido una cosa más. La cuestión de hoy consiste en averiguar de qué pueblo estamos hablando. En la foto hay una pista. Sólo tres pueblos posibles porque Fraski y yo semos del mismo. Y hay uno que no tiene gorra... porque no la necesita.

¡Vámonos, que hoy vamos bien! 

domingo, 19 de abril de 2020

Día 36. Cuento de futuro

Esto será una vez una abuela del año 2120 contándole un cuento a su nieto Práxedes. Vamos a poner que el niño vive con sus padres en Nueva York, que éstos son profesores de lengua castellana, y que la abuela Flora es una tataranieta de la Peque y mía, que vive en Antequera, pero que a sus sesenta años, ha mantenido intacta la genética transhumante de sus antepasados femeninos, y cruza el atlántico de visita como quien cruza la vega para ir a Cartaojal. Y Práxedes, encantado con sus abuelita, risueña, latina y dicharachera, tan diferente a la gente americana. "Abuela -chapurrea el crío antes de acostarse-, otro cuetto, po favo, de cuando tú eras chica-. Y se pone nuestra Flora:  

"Érase una vez que se era, hace ya muuuuchos años, me contaba a mí mi abuelo Lucas que la gente de aquel tiempo, llegó un momento en que, sin saber nadie por qué, empezó a no poder caminar por el suelo, ni por las calles, ni por el campo... Por ningún sitio" -el niño que apenas acaba de cumplir cinco años se le queda mirando arrobado con los gestos y figuras de esa abuela que él ve tan de tarde en tarde, y a quien tanto extraña cuando se va, su abuela pinturera-. "Entonces, abuela, ¿cómo andaban de un lado para otro?" "Pues esa es la cosa, que no caminaban, apenas ponían los pies en el suelo, saltaban como si tuvieran muelles en las plantas de los pies, una cosa parecida a como vosotros los niños saltáis en los castillos de goma de los cumpleaños. Pero es que hasta los coches tenían problemas para circular, porque también eran despedidos al aire... Una cosa extrañísima, niño. A lo primero, hasta tenía su gracia porque la gente se divertía volando como los gorriones, ¿tú, Praxi, sabes qué son los gorriones? -y ante la negativa del niño-: son los pajaritos que vuelan bajo por las calles y se comen las migajitas de pan... Pero, claro, aquello enseguida empezó a crear problemas: los coches se chocaban, la gente no podía sentarse a comer ni a trabajar en las oficinas, ni en los hospitales, ni en las escuelas... ¿Te imaginas cómo sería eso en tu clase: las mesitas flotando en el aire, los folios de pintar, los niños y la señorita "ms Remedies" dándose trompicones por el techo... Imposible vivir así... 

"...Lo curioso fue que dentro de sus casas no había problema, la gente podía moverse con total normalidad, pero poner el pie en la calle, imposible" "¿Y qué pasó entonces" -se mete el crío en el tema con carita de preocupación. "Pues que ningún médico ni científico daba con una explicación de aquello tan extraño. Los gobiernos de las naciones consultaron con los expertos más famosos en Física y Química y Geografía... Nada. Nadie sabía dar una explicación. Y la gente hubo de permanecer encerrada en sus casas muchos días y meses, sin poder salir a ver a sus nietos, ni a los amigos, ni a tomarse unas cervecitas en las terrazas de los bares... Ni a trabajar siquiera. Las casas se abarrotaron de comida y de papel higiénico para aguantar todo el tiempo que fuese necesario. Hubo viejitos que viviendo solos enfermaron y murieron en sus casas sin que nadie pudiera ayudarlos... Un desastre. Aquello parecía el fin del mundo, niño". 

Cuando la abuela se apercibió de que tal vez había cargado demasiado las tintas hasta el punto de que Praxi hacía pucheros, resolvió dar solución final al problema. "Pues mira, querido, un buen día, al alcalde de Antequera, ya sabes, el pueblo de tus antepasados y donde yo vivo, se le ocurrió una cosa insólita..." "Abuela, qué segnifica insólita?" -se animó el niño. "Significaaaa, estooo, bueno, inesperada, sorprendente, extraña. ¿Quieres que siga?" "Sí, sí, sigue". "Bien, pues cogieron un helicóptero y se llegaron a consultar a un anciano venerable, un ermitaño... quiere decir sabio y bueno, que moraba..., que vivía, vaya, en lo alto de unas montañas de allí, con muchas piedras unas encima de otras, y que  llaman "El Torcal". A este hombre, al que nombraban por Joaquín el monje, curiosamente, no le afectaba el problema de andar. Por ese monte se podía caminar con seguridad. Y el buen anciano, con sus ropas desgastadas y su aspecto amigable pero montaraz, descuidado y sucio quiero decir, enterado de la cuestión, meditó unos minutos y les dio una explicación que dejó con la boca abierta a los empleados del ayuntamiento y al alcalde don Manuel..." "Y qué fue lo que les dijo, abuelita?"

"Pues que la Tierra, nuestro planeta donde vivimos, les estaba avisando de que algo no funcionaba bien. La Tierra nos quiere, por eso nos atrae hacia ella. Si te caes, no te quedas flotando sino que vas de cabeza al suelo. Y dijo el sabio Joaquín que eso es la mayor muestra de amor que la Tierra nos ofrece: nos quiere pegados a ella. Tanto, que cuando nos morimos nos abraza en su seno; nadie, salvo ella, quiere a los muertos. Y que el hecho de que en aquellos momentos la Tierra los repeliera, los rechazara a los humanos, era porque algo estaban haciendo mal. La Tierra sufría y por ello les avisaba de  esa manera tan singular. La ley física de la gravedad, cuando seas mayor y la estudies, no es otra cosa que el apego que la Tierra tiene a sus seres. Siempre que dichos seres, personas, cosas y animales, nos portemos bien con ella. "¿Y qué pasó, entonces?" "Pues que esa enseñanza del sabio Joaquín se anunció al mundo entero por la televisión y por los wassanes estos de los móviles, y la gente lo comprendió todo y empezó a cambiar: los niños exigieron menos juguetes a los Reyes Magos y a los abuelos, bastantes tenéis ya en casa; los adultos cogieron menos el coche; caminaron más por las calles y por el monte; comieron mejor y más sano; trabajaron menos horas para que otros también pudieran trabajar; disfrutaron más de sus casas y de sus familias; aprendieron a gastar el agua necesaria y a vivir sin tantas necesidades, con menos dinero y más bondad; se ayudaron los unos  a los otros... Y así cuidaron de nuestra madre Tierra, aquella que nos alimenta, nos protege y nos quiere. Y colorín, colorado..."

Práxedes hace rato que duerme plácido, y Flora, la abuelita dicharachera, le deposita dos blandos y tiernos ósculos en su frente inocente y despejada. "Lo que se parece a mi abuelo Lucas, piensa para sí"...

Bueno, bueno, hoy estamos demasiado tiernos. ¡Se nos escapan los aplausos!


sábado, 18 de abril de 2020

Día 35. ¿Buena gente, gente buena, o ciudadanos comprometidos?

El otro día, uno de mis amigos lectores me comentaba via wassapt que en el mundo hay -o habemos- más gente buena que mala. Vale. Se trata de un aforismo que así, a bote pronto, cualquiera de nosotros puede admitir, sí. Y seguramente sea así. De hecho, nuestra experiencia individual y colectiva parecen avalar este alegato. Las personas que conocemos, nuestros familiares y amigos, colegas... nos parecen gente buena. Si te tropiezas por la calle o en el mercado con algún desconocido y le preguntas algo o lo requieres para alguna cosa se muestra amable y, salvo rara excepción, se interesa en ayudarte. Las madres y abuelos con quienes coincido en el parque infantil donde juegan mis nietos son gente aparente y servicial, permiten que los niños compartan sandwiches, agua y hasta mocos... Lo que pasa, decimos, es que lo bueno no vende, que el mal ejemplo cunde mucho más que el bueno, y por eso en la tele no salen más que cosas malas. Puede ser.

Sin embargo, si lo pensamos despacio, quizás estemos confundiendo los conceptos, y entendamos por gente buena lo que simplemente sea -o seamos- buena gente. Porque buena gente es cualquiera. Todos somos buena gente. Sobre todo para con nosotros mismos y con "los nuestros". La buena gente, la gente corriente, es correcta, amable e incluso servicial y caritativa. Lo llevamos mamado desde el primer catecismo y la primera comunión. La buena gente, claro está, tiene que vivir, y compite fieramente por un buen puesto, por una beca, por una subvención, recurriendo al engaño y al fraude si fuese necesario. La buena gente tiene muy claro quién está más obligado con Hacienda, los otros, naturalmente, lo que ella defrauda es el chocolate del loro, minucias. La buena gente tiene más derecho a las ayudas que los "sin papeles", unos mimados del gobierno. La buena gente ve normal machacar al contrincante para medrar, libre de obstáculos, en la política, en la universidad, en los negocios... Eso lo hemos visto todos. Resulta fácil ser buena gente. Una de las grandes conquistas antropológicas del homo sapiens ha sido saber quedar bien en sociedad, aparentar bondad para ser reconocido como alguien digno. Con buena gente nunca transformaremos el mundo. Necesitamos gente buena para cambiar de especie. Ya estamos hasta los cojones del sapiens.

No sé. Quizás ocurra que la gente buena de verdad, la piadosa y compasiva, no sea capaz de conseguir los resortes necesarios para alcanzar puestos de relevancia social, económica o política. Las honrosas excepciones que haya claudican ante la marabunta de buena gente que lo arreglan todo pasando no la mano sino el puñal por el hombro. A uno le asaltan las dudas. Puede que este mundo nuestro sea así sin remedio, donde la gente egoísta y malvada cope todos los puestos de mando, y nos dirija en la dirección que a ella le interesa sin ningún tipo de conciencia ni escrúpulos, o puede que los demás quizá no seamos tan buenos como nos creemos. O ambas cosas. Aun siendo buenos nos queda por dar a muchos el siguiente paso "evolutivo", esto es, el de ciudadanos comprometidos. Una sociedad comprometida no consentiría el hambre ni la pobreza habiendo recursos más que suficientes para combatirlas; exigiría a sus gobernantes políticas más proteccionistas y humanitarias, y no sólo con el gesto testimonial de un voto cada cuatro años, sino con participación directa en propuestas comunitarias al parlamento, como quiere el soñador de Anguita; se rebelaría clamorosamente en las calles ante las condiciones inhumanas de habitabilidad de los freseros onubenses o los tomateros almerienses... Un ciudadano bueno, libre y, a ser posible, republicano, no daría pábulo a montajes descarados en los medios para denigrar al contrario; rechazaría de manera contundente las corruptelas de políticuchos y de un rey comisionista, y bueno... tampoco tiraría en las calles los guantes y las mascarillas a la salida de los hospitales.

Uno puede llegar a creerse alguien por haber sido un buen médico. "Yo ya he cumplido", decíamos hace unos días. Pues no basta, ya lo creo que no. La justicia social no se jubila. El mundo nos necesita con bondad, determinación y coraje para hacernos a todos mejores. Gente buena, ciudadanos comprometidos. Poseo el gozo de amigos jubilados que ponen la olla diaria en su casa al servicio de algunos pobres; que son el alma del banco de alimentos de la ciudad donde viven; que han creado y mantienen a trancas y barrancas un centro de acogida para refugiados e inmigrantes; que atienden de manera altruista en residencias de ancianos; que van a la cárcel a dar clases de ética ¡a los presos! O que desde su cátedra emérita nos siguen impartiendo lecciones de justicia social. Éstos son los imprescindibles de Berthol Bresch. A su lado, uno se siente muy pequeño. Casi ridículo.

Esto se pone serio ¡Vámonos que nos vamos!

viernes, 17 de abril de 2020

Día 34. El motor del cambio

Mi entrañable amigo Joaquín llama maravilloso día de perros a días como el de hoy: lluvioso y ventoso. Días en que, sin temor alguno a los abanicos ni a las rachas de viento, se levanta a las seis de la madrugada para hacer ochenta kilómetros desde el balcón de su estudio en su bici sin ruedas. Se ha comprometido -y lo está cumpliendo- a llegar a Santiago por el camino de La Plata al término del enjaulamiento. Seguramente, ha perdido ya el norte, porque ayer mismo me llamó desde Cudillero... 

Pues bien, mientras él pedalea a su ritmo frenético, y otros ocupados amigos os dedicáis con desgana a ordenar archivos atrasados de discos, hacer montajes y vídeos, pasar el paño por los muebles del salón haciendo como que limpiáis, terminar la correspondiente clase on line de inglés o acompañar malamente a la gachís de la tele de la gimnasia, yo os voy a hablar hoy de un empresario catalán que soltó un pedazo de discurso en un Congreso Internacional de empresarios. Lo más positivo y novedoso que he recibido en wassapt. En su intervención se dirige a la sala y lanza un mensaje de esperanza, quizás utópico, si queréis, vale, pero de los que a uno, aun con capacidad de ilusión, le llega muy profundo. Y más, viniendo de boca de un empresario. Y catalán, para más abundancia.

Es largo el discurso, pero vale la pena. Yo os voy a resumir aquello que más hondo me ha llegado. Hay cosas que todos hemos oído alguna vez, pero como quien oye llover: que el 1% de la población acumula el 90% de la riqueza del mundo. Y el mundo está tan enfermo que lo tolera como si nada. Y no solo eso, sino que los superricachones hacen ostentación de  esa riqueza apareciendo orgullosos en el ranking de la revista Forbes. Una auténtica obscenidad. 
Nunca en nuestra historia hemos tenido tanto crecimiento, tanta riqueza como ahora. Y nunca tanta desigualdad y pobreza. Hemos perdido el sentido de nuestra dimensión en el mundo: la dignidad como seres humanos. Todo lo hemos reducido a crecer, hacer negocio y dinero... Y el que venga detrás que arree. Y si para ese propósito hay que destruir el planeta, pues se destruye. El crecimiento desorbitado de células se convierte en cáncer, y el cáncer mata. Pues lo mismo nos está pasando con nuestro planeta.
Hemos olvidado el antiguo humanismo, la espiritualidad, el arte, la dimensión mágica del hombre. Una parte de la Ciencia, encargada de cambiar el mundo para bien, ha desviado su camino descuidando valores éticos fundamentales. Y ha creado en el imaginario colectivo la idea de la competitividad y el miedo al fracaso como los motores del cambio. Somos animales que competimos para sobrevivir. En esto nos estamos convirtiendo. Y nos equivocamos. Es del todo perentorio llevar la dignidad y la ética al terreno de lo social y económico.
Practicamos un excesivo culto a la inteligencia. Nos sobra inteligencia, dice el hombre. En muchas ocasiones, la inteligencia nos produce más problemas que soluciones. El informe PISA nos dice que los niños españoles van mal en matemáticas, y nos preocupamos. Matemáticos muy brillantes nos han metido en las crisis económicas recientes. No era gente torpe. Inteligente, pero sin ética. La inteligencia no está cambiando el mundo para mejor. Y lanza una frase para la historia empresarial: "En las empresas ya no necesitamos personas inteligentes". Es fuerte la frase, eh. 
Aboga por un sistema educativo que no forme a los jóvenes en la competitividad y el provecho personal, sino en la ética y en la utilidad para la sociedad.
Y finalmente, exhorta una serie de sentencias lapidarias para los jóvenes empresarios. "Necesitamos bondad para cambiar el mundo. Es necesario bajar la inteligencia hasta el corazón... La ética debe ser un elemento fundamental de cualquier empresa... El primer objetivo de una empresa es contribuir en la construcción de un mundo mejor... Con empresas "humanas", los empresarios podemos cambiar el mundo..."

No me digáis que no emocionan estas reflexiones. Con empresarios así, uno bien puede puede abrazar el capitalismo. Me traen a la memoria tantas conversaciones de amigos con nuestro querido profesor Juan Francisco Ojeda, en un sentido muy próximo al de este sabio catalán. Con su humor tan almonteño, pero cultivado, Juan Francisco elabora una escala doméstica y chapucera, si queréis, en el nivel del conocimiento: Sabelotodo es el típico charlatán, una persona informada de todo, pero que no sabe nada. Sabihondo es aquél que conoce de muchas cosas, pero es un máquina, no conecta porque no le pone corazón, o bien utiliza aviesamente su conocimiento. Sabia es la persona con gran conocimiento y un enorme corazón. Inteligencia, bondad y humildad al servicio de la comunidad: he ahí la sabiduría. Es lo que ha hecho durante toda su vida -y lo sigue haciendo- mi amigo Franquelo, el de la bici estática, perdonad la indiscreción. Estaremos pues de acuerdo con este eminente empresario catalán y con Juan Francisco: la sabiduría debe ser el verdadero motor del cambio. Un cambio que nos devuelva un mundo más confortable, solidario y sano.

Y a mí en concreto estas cosas me hacen reflexionar en qué haya hecho yo en mi vida para humanizar mi mundo cercano. Creo que es una pregunta muy apropiada en estas fechas tan inciertas que estamos viviendo la gente de mi edad. Porque aun tenemos tiempo para ser más bondadosos -inteligencia nos sobra- y más sabios. Que así sea.

¡Enga, vámonos ya pal balcón!

jueves, 16 de abril de 2020

Día 33. Compasión

Mirad que me he propuesto no escribir sobre política para no enmierdar más el panorama mediático, pero es que, sin querer, los dedos se me van a las teclas equivocadas, y escriben lo que les sale de sus yemas, la madre que los parió. De todas formas, resulta muy difícil en estos días sustraerse a lo que nos rodea por todos lados. Pero, tranquilos, hoy os traigo a vuestra reflexión un asunto muy trabajado por mí, no en los escritos, sino en mi día a día: la compasión.

Y es que me ocurre que cuando veo a alguien muy apurado, muy angustiado, muy doliente o muy perdido... me compadezco, me puede la compasión, aunque ese alguien no sea amigo ni siquiera conocido. La verdad es que lo tengo bastante entrenado este tema, llevo años sintiendo compasión por los aficionados del Atleti, por ejemplo, cuando se dejaron ganar dos Champions. Reconozco que me está costando mucho más compadecerme de los del Barsa, pero lo conseguí aquella aciaga noche de Liverpool. Os puede parecer trivial, pero aprende uno con estas cosas. Bueno, ya en serio. Lo de hoy podemos llamarlo la compasión aplicada a la política.

Viene todo esto al caso de mis sentimientos compasivos por las personas  a quienes les ha tocado bailar con el virus éste repugnante y sioputa (me gustaba nombrarlo coronachino, pero mi amigo Pintor lo ve como nombre imperialista). Creo que después de las familias de los fallecidos y de los pacientes en evolución, que son, sin duda, los que más piedad nos inspiran, las personas más afligidas por esta maldita crisis son nuestros gobernantes. Han sido agraciados con "El Gordo". De ninguna manera puedo comprender a quienes acusan al gobierno de las muertes, "los están dejando morir" -leo en algunos medios y en comentarios de Facebook, en referencia a los ancianos. No me entra en mi sesera. Celebro con alegría que muchos de mis amigos no entren en facebook, al margen de cuatro mensajes de cocinillas, y otros tantos de fotos para el recuerdo y de misas camufladas en azoteas, todo lo demás es la pelea de siempre del "tú más". Los gobernantes, decía, están poniendo lo mejor que saben y pueden, a trompicones, improvisando, generando incertidumbre y angustia... Creo que sí, pero también creo que esta crisis supera la capacidad de maniobra de cualquier gobierno. Eso no quita que se hayan cometido errores. Ni oculta el hecho de que hayamos partido a la lucha desde una situación de precariedad pertinaz. La comunidad científica aún no sabe por qué sea más alta la letalidad de este virus en España y en Italia; pero nosotros, los españolitos de a pie, sí lo sabemos: por la mala gestión del gobierno. No es necesario investigar más. Y me da pena. Siento compasión. Porque les ha tocado limpiar el peor y más grande marrón que nunca nadie hubiera podido imaginar.

"Oye, pues con Aznar o con Rajoy no fuiste tan piadoso ni comprensivo, eh!" Bueno... No creáis, yo creo que sí, que lo fui, hablo en primera persona, no respondo de otra gente. Con Mariano, hasta me reía a veces. Y ni le he afeado que salga a la calle a pasear sorteando el confinamiento debido. Aparte de que la hecatombe actual poco o nada tiene que ver con las circunstancias políticas y sociales que afectaron a estos otros presidentes. Y de hecho, en estos momentos críticos, hay implicados otros gobernantes del PP a quienes también compadezco porque están liderando la lucha en sus respectivas comunidades autónomas. Ni se me pasa por la tela del juicio echar a la cara de Ayuso los muertos de Madrid. Además de que es una mujer que me pone, vaya. Pero no hace falta irse tan lejos: me entristezco un montón cuando sale en la tele Jesús Aguirre, nuestro consejero de salud. Porque le veo cara y gestos de sufrimiento. Es natural. Jesús fue compañero mío en aquella facultad bisoña e improvisada. Ilusionada. Éramos la segunda promoción de medicina en aquella Córdoba tan nuestra, tan provinciana, tan manejable y cercana. ¡Tiempos! No voy a presumir de amistad, no fuimos amigos, yo tenía otra ralea, y no por diferencias ideológicas, que nunca han supuesto para mí ninguna barrera, sino simplemente porque en aquellos años mi única ideología era la de estudiar y enamorar. No soy su amigo pero en los últimos cursos éramos veinte o treinta los que íbamos a clase a diario, y lo tuve bastante rozado. Tened presente que yo era el empollón. Todo el mundo se me acercaba. A lo que iba: que me compadezco de Jesús. Mirad la foto que le cogieron al enterarse de la muerte por coronavirus de nuestro compañero de promoción Manolo Barragán...Porque uno piensa, vamos a ver, este hombre, ya de una edad, con su singladura profesional tan completa y satisfactoria, a puntito de jubilarse, ¿por qué coño se mete en este berenjenal? ¿Por qué ningún alma caritativa le cortó la mano para que no firmara su aceptación? ¿Qué necesidad de complicarse tanto la vida, a su edad? Todas estas preguntas me las hacía yo cuando conocí su nombramiento, cuánto más ahora... Será el gusanillo de la política, me respondía a mí mismo. Será eso. 

El Consejero de Sanidad termina entre lágrimas tras comparecer en ...

Mucho antes que animal político, me considero animal apaciguador, hombre sensible y piadoso. Sin florituras. La verdad. Pero es curioso que a las personas nos cueste ser compasivas con nuestros adversarios. Con nuestros próximos está chupado. Cualquier malaje que conozcamos tiene una galería de fotos familiares en los que se nos muestra como un abuelo baboso con sus nietos. "Pues, mira -decimos-, también tiene su corazoncito". Pues claro. Lo difícil es mostrar esa nobleza con los enemigos. Nos enseñan los biólogos y antropólogos que los animales más fieros, aquéllos que son capaces de matar de un solo golpe o dentellada, poseen en su genoma un gen "apaciguador" que les hace ser compasivos ante la rendición absoluta de su rival, salvo en caso de extrema necesidad por hambre, claro. Un perro muy fiero, no adiestrado para matar, dejará de agredir a su rival si éste se le tiende manso boca arriba. Y lo mismo sucede con lobos, leones u otros de letal zarpazo. Se apaciguan con la rendición. Se conforman. No ocurre igual con los demás animales menos certeros en la suerte de matar: un gallo seguirá picoteando a su rival rendido hasta matarlo. ¿Y nosotros? Ni nuestras manos ni nuestros dientes son mortíferos de por sí. Biológicamente, carecemos del gen apaciguador, seguiremos machacando a nuestro rival hasta darnos con él. Poseemos armas mortíferas -me diréis. Ya, pero nuestra evolución como especie no ha tenido tiempo suficiente para adquirir ese gen del apaciguamiento. Y es posible que nunca lo obtengamos puesto que nuestras armas de ahora matan a distancia, apretando un gatillo o un botón, sin que podamos contemplar las caras sufrientes de aquéllos que abatimos. Sin mentar nuestra palabra ni nuestro teclado, herramientas que no matan, pero destruyen.

Perdonad, me pierdo con estas cosas que me encandilan. Me apena pensar que hayamos alcanzado a ser los animales más fieros y mortíferos de nuestro mundo... Y los menos compasivos. Un ruego final: cuando veamos a alguien cayéndose no lo rematemos, tendámosle una mano. Algo así es lo que quiero decir hoy.

¡Déjate de filosofía animal y vámonos pal balcón!

miércoles, 15 de abril de 2020

Día 32. Ángeles de la guarda


Empezaré hoy mi relato como solía hacerlo nuestro rey emérito en los discursos de Nochebuena: "Me llena de orgullo y satisfacción..." Bueno, no me enrollo, a lo que voy, que mi orgullo hoy tiene un objeto y una persona: nuestra sanidad pública y Asunción Romero, una de sus componentes, en representación de aquélla.

Hace unos días, mis compañeros y algunos amigos me han enviado wassapts de un reportaje en Canal Sur y creo que también la Sexta donde una mujer mayor y afectada de una cardiopatía severa había logrado sobrevivir al coronachino, y salía de alta, radiante del contento, entre el aplauso emocionado de todo el personal sanitario que la había atendido. Y en un momento de la breve entrevista que le hace el periodista, ya en el plató, la mujer dice que está super agradecida a toda esa gente que se arriesga tanto para sacar adelante a los enfermos, pero que ella, en concreto, se sentía especialmente afortunada porque la había salvado su Ángel de la Guarda: la doctora Asunción.

Como comprenderéis, para mí no supone ninguna sorpresa. Conozco a Asun Navarro desde su etapa de estudiante, tampoco hace tanto ¿verdad, Asun? Y he seguido de cerca toda su trayectoria, como la de otros muchos y muchas de su promoción y otras cercanas. Han sido "nuestros" estudiantes y "nuestros" residentes. Y nuestro orgullo -el de los médicos mayores- es comprobar en breves años cómo la semilla sembrada y regada a diario con dedicación y cariño germina y fructifica en médicos mejores que sus maestros. Como todos sus compañeros de edad, ha pasado las de Caín para poder hacerse con un puesto de trabajo honroso. Les han tocado los peores años de recortes, contratos basura al 50%, contratos solo para guardias..., y a ella, en particular, fajarse de lo lindo, la que más, en las Urgencias, el purgatorio que todo internista de bien ha de padecer antes de alcanzar la gloria de la planta. Y ahora le honra pagar con grandeza toda la angustia laboral que ha soportado. Como Isabel, Rocío, Ángel, Justo, Delia o María Luisa, por referir aquéllos que mejor conozco.

Muchas chicas, diréis. Bueno, ya hay más médicas que médicos, es una realidad. Desde luego, los hospitales resultan más vistosos y agradables, me parece a mí. Veréis: hace unos años, una revista médica muy prestigiosa, JAMA, publicó un trabajo en donde se recogía como conclusión que los pacientes ancianos hospitalizados atendidos por mujeres internistas tenían mejor supervivencia que aquéllos atendidos por internistas varones. Aludían los autores, como posible explicación, que las mujeres, por lo general, son más ordenadas, disciplinadas y constantes que los hombres, y que por ello, más propensas a seguir guías y protocolos. Que yo sepa, la cosa no ha tenido más recorrido. No sé si por algún sesgo del diseño o simplemente porque implícitamente aceptemos esa realidad. No lo sé. Ni es momento para disputas de género. Son cosas de anglosajones remilgados y puntillosos. A nosotros no se nos ocurren comparaciones parecidas. En mi servicio, Tanto monta..., aunque es verdad que en la Unidad Covid hay más chicas que varones, porque son más jóvenes.

Sea como fuere -lo de Asun es un botón de muestra-, la crisis del coronachino ha puesto en pantalla y en valor la Medicina Interna mucho mejor que ninguna de nuestras torpes maneras de hacerlo. De siempre nos ha costado mucho a los internistas vendernos bien ante la sociedad,  explicar a la gente qué somos y a qué nos dedicamos. Pues esta mujer salvada de una muerte segura lo ha dicho: somos los ángeles de la guarda. Ea. 

Y como Asun, son ángeles de la guarda tantos otros internistas, intensivistas, personal de las urgencias, neumólogos, infectólogos, enfermeras y auxiliares, celadores y conductores de ambulancias de tantos hospitales españoles. Pero no sólo esos. Los medios nos muestran las salas de urgencias y las UCI atestadas. Pero la lucha también se da fuera de los hospitales, en el campo abierto y peligroso de los centros de salud, en las Residencias de mayores y en las casas particulares de tantos ancianos, donde médicos de atención primaria, enfermeras y cuidadoras se están jugando sus vidas, hasta el punto de que ya más de alguno se ha convertido en ángel de verdad. Está bien que los aplaudamos. A todos. Es lo menos que se merecen. Y ellos, me consta, no piden otra cosa que este reconocimiento y admiración no sean flor de un día, aplauso puntual por una buena faena, sino que esta maldita crisis nos haga reflexionar a todos que la sanidad pública no es asunto de políticos, sino que es de todos y que deberemos cuidarla como algo propio y muy preciado.

Ahora, los aplausos de cada tarde para todos los ángeles de la guarda, y un apartado muy especial para Asun y toda su tropa, y para la gente de mi hospital. Besos.

martes, 14 de abril de 2020

Día 31. "Cá uno es cá uno"

Con frecuencia, en las tertulias con mis amigos, sale el tema de los factores que más inciden en el comportamiento de las personas. Y es curioso, oye: los docentes, en su mayoría, se inclinan por la educación y el entorno como los elementos más determinantes. Sin embargo, los sanitarios apoyamos más el molde genético, aquello de que "el que nace lechón muere cochino". Hombre, al final llevará razón Ortega con aquello del yo y mis circunstancias, considerando "el yo" como lo genético, y la educación y el ambiente como las circunstancias. En cualquier caso, siendo yo médico, sigo apostando por la herencia.

No tenéis más que mirar a vuestros nietos chiquititos, antes de ser engullidos por nuestras costumbres y nuestra cultura. Los míos apenas tienen entre dos y cinco años, son la inocencia embutida en sus cuerpecitos morcillones. Viven en la misma casa, con los mismos padres, comen lo mismo, van a la misma escuela... 

Veamos: mi Lucas, el de cinco años, es un crío cuya característica más sobresaliente en su forma de ser es la nobleza. Tiene sus cosas, sus rabietas, sus caprichos, sus rarezas, pero es noble. Jamás una queja de sus señoritas de la guardería ni mucho menos ahora de su seño Reme. Muy querido por sus coleguillas. Ordenado y disciplinado, recoge sus juguetes y le gusta colaborar en las tareas de la casa. Ante una mirada severa de su padre o un "vete al rincón de pensar" de su madre, el niño agacha su cabeza y obedece más o menos a regañadientes. Se toma en serio, mejor que un adulto, su medicación para la alergia al olivo. Va para artista, le encanta pintarrajear. Muy poco habilidoso con los pies, las cosas como son. Contra lo que nos temíamos, la llegada del hermano pequeño, el sentirse destronado, no le ha afectado apenas, no se le han visto trazas gruesas de celos, digamos que lo ha aceptado con bastante seny, con gallardía. Mientras el chico se ha dejado, ha conseguido engañarlo en los juegos, cambiándole juguetes viejos por los nuevos más atractivos, siempre intentando sacar alguna ventaja, claro. Hasta que el otro se ha dado cuenta del percal.

El otro. El Daniel. Tiene dos años. Lo chapurrea todo. Y es un dictador, un dominante, un enteradillo. Pendiente en todo momento de su hermano para aprenderlo todo y, si pudiera, superarlo en todo. Mide los platos para asegurarse de que su hermano no tenga más trozos de salchicha que él; y si Lucas se levanta a la cocina a por agua, él aprovecha la fugaz ausencia de su hermano para sustraerle un par de trocitos y añadirlos a su plato. Y no solo eso, sino que, ejecutada la travesura, mira de reojo a la madre y le echa una sonrisa de pillo, como diciendo: "Se creerá éste que me va a engañar..." No conoce el rincón de pensar, pasa. Es futbolero, está ciego con la pelota. Desprecia los lápices de colores. Es obediente para dormir, en eso son iguales. Espurrea el paracetamol. Su señorita Rosi, la de la guardería, ya ha dado varios avisos a mi hija de que el niño es peleísta y pegón, el capo de su clase. Y con toda la mala idea aprovecha cualquier ocasión para darle una patada o un manotazo a toda la granja de playmóvil que con tanto esmero y cuidado ha estado construyendo el Lucas durante horas. Sin ningún provecho propio, solo por molestar. He ahí los dos elementos.

Poco a poco les irá llegando la influencia doméstica y escolar de las buenas costumbres y normas sociales, y serán buenos chicos y sacarán buenas notas, y aprenderán el respeto debido a todo el mundo, y serán tolerantes, y el uno quizá sea artista, y el otro futbolista, y se harán ciudadanos de bien en una nueva República, que para eso es hoy 14 de abril... Pero son y lo seguirán siendo muy diferentes en lo primario, en lo jondo de su ser particular. Y así debe ser. "Cá uno es cá uno", que diría "El Guerrita".

Mi conclusión provisional, pendiente de vuestro veredicto, es que Lucas posee la genética conductual de su simiente paterna, la de "los tomates" (F1, F2, F3) y parte de la bondad de su madre; y que Daniel ha saltado directamente al gen "araíllo" (F2), clavadito a su abuela Antonia. Sí, sí, la Peque. Su abuela Gracia y yo quedamos en el banquillo, por ahora.

Bueno... ¡pal balcón echando leches!