Esto será una vez una abuela del año 2120 contándole un cuento a su nieto Práxedes. Vamos a poner que el niño vive con sus padres en Nueva York, que éstos son profesores de lengua castellana, y que la abuela Flora es una tataranieta de la Peque y mía, que vive en Antequera, pero que a sus sesenta años, ha mantenido intacta la genética transhumante de sus antepasados femeninos, y cruza el atlántico de visita como quien cruza la vega para ir a Cartaojal. Y Práxedes, encantado con sus abuelita, risueña, latina y dicharachera, tan diferente a la gente americana. "Abuela -chapurrea el crío antes de acostarse-, otro cuetto, po favo, de cuando tú eras chica-. Y se pone nuestra Flora:
"Érase una vez que se era, hace ya muuuuchos años, me contaba a mí mi abuelo Lucas que la gente de aquel tiempo, llegó un momento en que, sin saber nadie por qué, empezó a no poder caminar por el suelo, ni por las calles, ni por el campo... Por ningún sitio" -el niño que apenas acaba de cumplir cinco años se le queda mirando arrobado con los gestos y figuras de esa abuela que él ve tan de tarde en tarde, y a quien tanto extraña cuando se va, su abuela pinturera-. "Entonces, abuela, ¿cómo andaban de un lado para otro?" "Pues esa es la cosa, que no caminaban, apenas ponían los pies en el suelo, saltaban como si tuvieran muelles en las plantas de los pies, una cosa parecida a como vosotros los niños saltáis en los castillos de goma de los cumpleaños. Pero es que hasta los coches tenían problemas para circular, porque también eran despedidos al aire... Una cosa extrañísima, niño. A lo primero, hasta tenía su gracia porque la gente se divertía volando como los gorriones, ¿tú, Praxi, sabes qué son los gorriones? -y ante la negativa del niño-: son los pajaritos que vuelan bajo por las calles y se comen las migajitas de pan... Pero, claro, aquello enseguida empezó a crear problemas: los coches se chocaban, la gente no podía sentarse a comer ni a trabajar en las oficinas, ni en los hospitales, ni en las escuelas... ¿Te imaginas cómo sería eso en tu clase: las mesitas flotando en el aire, los folios de pintar, los niños y la señorita "ms Remedies" dándose trompicones por el techo... Imposible vivir así...
"...Lo curioso fue que dentro de sus casas no había problema, la gente podía moverse con total normalidad, pero poner el pie en la calle, imposible" "¿Y qué pasó entonces" -se mete el crío en el tema con carita de preocupación. "Pues que ningún médico ni científico daba con una explicación de aquello tan extraño. Los gobiernos de las naciones consultaron con los expertos más famosos en Física y Química y Geografía... Nada. Nadie sabía dar una explicación. Y la gente hubo de permanecer encerrada en sus casas muchos días y meses, sin poder salir a ver a sus nietos, ni a los amigos, ni a tomarse unas cervecitas en las terrazas de los bares... Ni a trabajar siquiera. Las casas se abarrotaron de comida y de papel higiénico para aguantar todo el tiempo que fuese necesario. Hubo viejitos que viviendo solos enfermaron y murieron en sus casas sin que nadie pudiera ayudarlos... Un desastre. Aquello parecía el fin del mundo, niño".
"...Lo curioso fue que dentro de sus casas no había problema, la gente podía moverse con total normalidad, pero poner el pie en la calle, imposible" "¿Y qué pasó entonces" -se mete el crío en el tema con carita de preocupación. "Pues que ningún médico ni científico daba con una explicación de aquello tan extraño. Los gobiernos de las naciones consultaron con los expertos más famosos en Física y Química y Geografía... Nada. Nadie sabía dar una explicación. Y la gente hubo de permanecer encerrada en sus casas muchos días y meses, sin poder salir a ver a sus nietos, ni a los amigos, ni a tomarse unas cervecitas en las terrazas de los bares... Ni a trabajar siquiera. Las casas se abarrotaron de comida y de papel higiénico para aguantar todo el tiempo que fuese necesario. Hubo viejitos que viviendo solos enfermaron y murieron en sus casas sin que nadie pudiera ayudarlos... Un desastre. Aquello parecía el fin del mundo, niño".
Cuando la abuela se apercibió de que tal vez había cargado demasiado las tintas hasta el punto de que Praxi hacía pucheros, resolvió dar solución final al problema. "Pues mira, querido, un buen día, al alcalde de Antequera, ya sabes, el pueblo de tus antepasados y donde yo vivo, se le ocurrió una cosa insólita..." "Abuela, qué segnifica insólita?" -se animó el niño. "Significaaaa, estooo, bueno, inesperada, sorprendente, extraña. ¿Quieres que siga?" "Sí, sí, sigue". "Bien, pues cogieron un helicóptero y se llegaron a consultar a un anciano venerable, un ermitaño... quiere decir sabio y bueno, que moraba..., que vivía, vaya, en lo alto de unas montañas de allí, con muchas piedras unas encima de otras, y que llaman "El Torcal". A este hombre, al que nombraban por Joaquín el monje, curiosamente, no le afectaba el problema de andar. Por ese monte se podía caminar con seguridad. Y el buen anciano, con sus ropas desgastadas y su aspecto amigable pero montaraz, descuidado y sucio quiero decir, enterado de la cuestión, meditó unos minutos y les dio una explicación que dejó con la boca abierta a los empleados del ayuntamiento y al alcalde don Manuel..." "Y qué fue lo que les dijo, abuelita?"
"Pues que la Tierra, nuestro planeta donde vivimos, les estaba avisando de que algo no funcionaba bien. La Tierra nos quiere, por eso nos atrae hacia ella. Si te caes, no te quedas flotando sino que vas de cabeza al suelo. Y dijo el sabio Joaquín que eso es la mayor muestra de amor que la Tierra nos ofrece: nos quiere pegados a ella. Tanto, que cuando nos morimos nos abraza en su seno; nadie, salvo ella, quiere a los muertos. Y que el hecho de que en aquellos momentos la Tierra los repeliera, los rechazara a los humanos, era porque algo estaban haciendo mal. La Tierra sufría y por ello les avisaba de esa manera tan singular. La ley física de la gravedad, cuando seas mayor y la estudies, no es otra cosa que el apego que la Tierra tiene a sus seres. Siempre que dichos seres, personas, cosas y animales, nos portemos bien con ella. "¿Y qué pasó, entonces?" "Pues que esa enseñanza del sabio Joaquín se anunció al mundo entero por la televisión y por los wassanes estos de los móviles, y la gente lo comprendió todo y empezó a cambiar: los niños exigieron menos juguetes a los Reyes Magos y a los abuelos, bastantes tenéis ya en casa; los adultos cogieron menos el coche; caminaron más por las calles y por el monte; comieron mejor y más sano; trabajaron menos horas para que otros también pudieran trabajar; disfrutaron más de sus casas y de sus familias; aprendieron a gastar el agua necesaria y a vivir sin tantas necesidades, con menos dinero y más bondad; se ayudaron los unos a los otros... Y así cuidaron de nuestra madre Tierra, aquella que nos alimenta, nos protege y nos quiere. Y colorín, colorado..."
Práxedes hace rato que duerme plácido, y Flora, la abuelita dicharachera, le deposita dos blandos y tiernos ósculos en su frente inocente y despejada. "Lo que se parece a mi abuelo Lucas, piensa para sí"...
Bueno, bueno, hoy estamos demasiado tiernos. ¡Se nos escapan los aplausos!
Bueno, bueno, hoy estamos demasiado tiernos. ¡Se nos escapan los aplausos!
Una bonita historia con un buen mensaje. Se percibe cierta influencia de la Peque en este escrito. Un abrazo
ResponderEliminarLa Peque lo inunda todo en esta casa. Sí, ha sido como si yo me hubiese puesto en su lugar.
ResponderEliminarHermosa historia Fili y gracias una vez más por estos relatos tan amenos con los que nos obsequias cada día. Un abrazo compañero
ResponderEliminarGracias. Antonio
ResponderEliminarUna gozada.
ResponderEliminarYa está bien de ogros, princesas y madrastras perversas. Buenísima literatura.
Jajaja. Admiro vuestra devoción, de verdad.
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