Hoy podría haber sido un gran día; es jueves y tocan salida, compras, ducha y revolcón. Pero se ha torcido demasiado pronto: de revolcón, nanai de la china. Y luego me he encontrado en el wassapt comentarios de compañeros que, a modo de queja encubierta, me muestran diversas actividades de ayuda que llevan a cabo asociaciones eclesiásticas y parroquias de Córdoba, "para que se enteren aquellos que dicen que la Iglesia no hace nada". Lo comprendo. El que escribe para el público se expone a las críticas. Lo veo lógico y normal, y más, en un tema tan espinoso y delicado. Lo asumo. En mi descargo, que precisamente las personas que me "lo echan en cara" son aquellas que más he procurado salvar de la quema porque son las que de siempre están dando el callo por los desfavorecidos. En todo momento, he dejado claro que mi crítica, prudente y templada, no va con ellos sino con la jerarquía. Con cierta parte de la jerarquía.
Pero el día, que ha empezado lluvioso e incluso nevando en el Torcal, pronto abre un cielo límpido y fresco. Y al igual que el día, mi ánimo, algo alicaído, se va a calentar con una historia bonita y edificante. Una historia, por otra parte, prestada por uno de mis amigos lectores. Una historia preñada de humanidad y espiritualidad.
Hace unos años, un matrimonio de recién jubilados cordobeses perdió a su única hija en un accidente de coche. Destrozadas sus ilusiones de un otoño dorado por esta fatalidad, él, ateo convencido, se refugió en alguna de estas filosofías orientales que alivian los males sublimando todo deseo; ella, desolada y sin asidero, recurrió a Dios. Y así resultó que de llevar años sin pisar un templo, iba a misa cada domingo. Con la particularidad de que cada vez lo hacía en una parroquia distinta, de manera que fue recorriendo casi la totalidad de las iglesias de Córdoba. Preguntada por el marido que por qué esa manía de escuchar misa de iglesia en iglesia, ella le respondió que lo seguiría haciendo así hasta "que encuentre a un cura cristiano". Y lo encontró. ¡Digo, si lo encontró! Desde entonces, gracias a ese encuentro, halló también a Dios, y con ello el alivio de su desgracia y el sentido de su vida actual.
¿Quién pudo ser ese cura milagroso? Pues es un sacerdote que a sus 83 años sigue pareciendo un mozalbete, si no en su fisonomía, sí en la ilusión y las ganas de ayudar al prójimo. Desde que llegara a su parroquia hace ya bastantes años ha sido el auténtico revulsivo espiritual y social para revitalizar el barrio, habiendo sabido atraer hacia sí a jóvenes y viejos con esa sabiduría suya tan de pueblo, tan cercana, tan amistosa. Y no solo eso: ha creado escuela entre los curas que se formaron con él. Gente que ha aprendido de él a bajar la teología desde el púlpito a la calle, a transmitir con el ejemplo el verdadero mensaje evangélico de entrega y de pobreza. Un cura cristiano.
En el curso académico de 1973-1974, este cura, a la sazón profesor titular de Moral, Rector del seminario de Córdoba en Sevilla, y Rector del Centro de Estudios Teológicos de Sevilla, un verdadero crack en Teología, pudiendo hacerlo en sus lujosas estancias del palacio de san Telmo, vivía, sin embargo, con toda humildad en un barrio mísero y hasta peligroso, en un piso de La Carretera de su Eminencia compartido con otros tres seminaristas cordobeses. Un piso de estudiantes de la época. Naturalmente, se repartían entre todos las tareas propias de cocina y limpieza, como sabemos todos los que hemos tenido la suerte de vivir esa experiencia. En aquel bloque no había entonces ningún empleado de la limpieza de las zonas comunes. No se estilaba eso. Y ahí tenéis a este hombre, todo un Rector de una "facultad de Teología" barriendo y fregando el descansillo, la escalera y la entrada del bloque antes de coger el autobús para san Telmo. Así ha sido siempre, un hombre bueno, humilde y coherente que ha predicado con el ejemplo. Un cura cristiano.
Él mismo, Antonio Prieto, Pepe González y Pascual Jiménez, constituyeron aquel equipo formidable que nos dirigió con mano paternal y nos convirtió en hombres de bien para siempre a todos los que pasamos por el centro de estudios teológicos.
Hoy, el homenaje de la balconada también va para vosotros, nuestros curas buenos. ¡Gracias, Luis! ¡Gracias, muchachos!
Venga, vámonos pal balcón!
Gracias a ti amigo Filiberto, por traernos al confinado presente aquellos años, en que estudiábamos y escuchábamos las enseñanzas de nuestros superiores.
ResponderEliminarSe nos habló de las múltiples debilidades del Ser Humano, de la Sociedad, el Credo, la Historia, la Moral, la Filosofía y la Metafísica.
Luego cada cuál hizo la traducción de todo ello por su cuenta, al pisar el suelo de la vida en la realidad del Mundo que nos tocó vivir.
Sin poder escaparnos del compromiso de nuestra realidad, la familia, el trabajo, los hijos y la hipoteca.
Nuestra Fe, a cada cuál se nos hizo verdadera, y así hasta el día de hoy: Confinados para no contagiarnos el microbio del Coronavirus. Otra realidad verdadera como el ser Humano.
Un Abrazo amigo José María
Juan Martín
Luis es un hombre bueno. Es un creyente ejemplar y comprometido con el evangelio. Es un cristiano coherente. Es un testigo de la fe que profesa. Es grande por humilde.
ResponderEliminarQuerido Agus, ni yo mismo lo puedo expresar mejor. Un abrazo.
ResponderEliminar