lunes, 20 de abril de 2020

Día 37. Quedarse uno amolando

Muchos de vosotros, mis fieles lectores, me expresáis vuestra admiración por el hecho de mi constancia literaria durante todos los días que arrastramos de encierro, sin daros cuenta de que sois vosotros mismos mi continua fuente de inspiración. Me llamáis para cualquier consulta y, ya enganchados al móvil, me contáis cosas de vuestra familia, de vuestro pueblo, del vecino que hace pleita en su balcón, del cuñado que lava la mascarilla con alcohol puro, de tal comentario burlesco en las redes... Lo normal, cuando uno está tan desocupado como lo estáis vosotros, cuando no tiene el peso de la escribanía diaria, claro. 

Certus rústicus nómine "Gandoya", vecino de uno de nuestros pueblos más castizos de cuyo nombre no voy a acordarme, tuvo ha tiempo un juicio por haber metido sus cabras en terreno ajeno y haberle perjudicado el laboreo a su dueño. Leídas que hubieron sido las alegaciones, el señor juez le comunicó al acusado la sentencia punitiva, condenándole a no sé cuántos cientos de euros. Pero lo hizo el juez con tal suerte de tecnicismos y letra judicial que el pobre Gandoya se quedó en Babia. "¿No tiene usted nada que alegar a esta sentencia? -le inquiere-. Parece usted alelado, hombre, diga algo". Y Gandoya: "Perdone usted, señor juez, pero es que me ha dejado usted amolando".

Y vamos a desgranar el sentido de la expresión de este hombre tan rústico. En los cortijos de por allí los hombres mataban el tiempo libre de las tardes afilando sus navajas. Era la costumbre. En La Capilla, sin embargo, el ocio era otro: mi padre, José el casero, Luis el hortelano y Manolo "Ilde" se podían tirar horas enfrascados con las cartas. Hasta yo mismo aprendí a jugar al "Subastao". Gandoya y sus colegas porfiaban por ver quién sacaba más filo a sus hojas, de manera que se pasaban las tardes muertas dale que te pego al asperón, cada uno sentado en su piedra del patio o, incluso, paseando, pero absorto en su obsesiva tarea de amolar la navaja. Quedarse uno amolando significa permanecer en lo suyo, ajeno a todo, perdido en sus propios pensamientos. Muy cerca de la meditación. La prueba comparativa definitiva consistía en rasurarse en seco los pelillos del antebrazo, de modo que tenían ese miembro como el culo de un niño chico. 

Ea, ya habéis aprendido una cosa más. La cuestión de hoy consiste en averiguar de qué pueblo estamos hablando. En la foto hay una pista. Sólo tres pueblos posibles porque Fraski y yo semos del mismo. Y hay uno que no tiene gorra... porque no la necesita.

¡Vámonos, que hoy vamos bien! 

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