lunes, 27 de abril de 2020

Día 44. Mi cocidito huérfano

-¿Qué coño?... ¿Qué ha pasado aquí, Peque? -le grito a mi mujer mientras, cazo en mano, rebusco en la olla.
-¿El qué? -me responde entretenida con el agua y los cubiertos.

Estamos poniendo la mesa, y yo me dispongo a sacar los platos del cocido, mi manjar preferido. Bueno, más que preferido digamos que es el que mejor me sale y menos complicaciones tiene. Se rebujan todos los ingredientes en esa olla rápida, "no te olvides de las patatas, que la última vez se te fue el santo al cielo" -se me pone la Peque-, se le añade su agua hasta el nivel que marca el recipiente, se cierra la tapadera herméticamente, se le arrima candela... y sobre una media hora ya tienes el cocido a punto. Un hervorcito antes de servirlo, y listo. Ya me considero experto. 
cocido

Pero hoy ha pasado algo; algo no he hecho como debiera. Porque por más que registro y ahondo no doy con los garbanzos. El cazo se me llena de todo, menos de garbanzos. Ahora cojo tocino, ahora el muslo de pollo, ahora la zanahoria, los trozos de patatas medio despachurradas, el apio... Pero, joer ¿dónde están los trompos? Lo primero que se me viene a la cabeza es que he puesto más calor y más tiempo de la cuenta y que los chícharos se han desecho, pero ¡qué raro! ¿Todos? ¿Ni siquiera los pellejos? Y entonces se me cuadra la Peque delante, muerta de risa: "¿Cómo los vas a encontrar si está aquí el bote enterito en la despensa?"

-A ver, Sema, piensa un poco -se ríe mi mujer cruzando sus piernas pa no mearse-. Se te pueden olvidar las patatas, el hueso del jamón, el tocino, el puerro... Cualquier cosa. ¡Pero, los garbanzooooos! No tienes compostura, hijo mío.

¡Dios! Y ahora me acuerdo que justo cuando estaba echando las cosas a la olla me llamó al móvil mi sobrina Rocío, y eso fue suficiente para distraer mi atención y cerrar y tirar palante sin los garbanzos. No puede uno estar pendiente de dos cosas a la vez, ya está, que no. Es que nos ganan en tó las mujeres, me cago en la mar serena. Por lo menos a mí.


Se conoce que no puedo dejaros así de sopetón. Será el mono. Pero no os acostumbréis, ya no va a ser un diario como hasta ahora, sino cuando a mí me parezca.

Parece que la res pública empeora, los balcones de mi calle se están enfriando. Ayer tarde, mismo, hubo tantas cacerolas como aplausos. No me gusta que la división mediática llegue a nuestros balcones.

5 comentarios:

  1. Eso le puede pasar a cualquiera, pero si los garbanzos eran de bote, te lo dice alguien que entiende algo de cocina, con haberlos puesto en la olla cinco minutos más, hubiera sido suficiente.
    Y sobre el comentario de ayer, yo admito todas las disculpas... Pero, perdonar, perdonar, yo lo digo de cachondeo siempre, como no terminé la carrera, no me dieron permiso ni para meterme en un confesionario, ni para perdonar.

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  2. Eso fue lo que hice, Paco. Añadir los garbanzos y darles un hervor. Jajaja.

    En cuanto a lo de perdonar, yo creo que es más difícil hacerlo desde un confesionario porque no le ves la cara al otro. El perdón necesita de los ojos y del aliento del contrario. Un abrazo.

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  3. Tengo entendido que perdonar no es un atributo humano sino divino.
    A mí los curas me "perdonaban" que me hubiera pajeado. Dejé de buscar "su perdón" cuando comprendí que yo mismo me puedo perdonar.

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  4. Vale. Me refiero a perdonar a los demás, o ser perdonado por ellos.

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  5. Claro, claro. Así lo entendía.
    Para no liarla yo distingo perdón y disculpa, que es la palabra que lógicamente he de usar más a menudo.

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