martes, 21 de abril de 2020

Día 38. La desescalada

¡Qué (de) nombres raros estamos aprendiendo con esta crisis!: Covid-19, confinamiento, bulos, paparruchas, virus coronado... Y ahora, desescalada. Una cosa como descender después de haber subido, o sea, aquello de que todo lo que sube, baja. Vale.

Pues yo tiemblo cada vez que sale esa palabreja en la tele. Desescalada. Me gustaría quedarme de los últimos en bajar, no sea que aluego haiga que volver a subir (tengo que cuidar de no escribir malamente porque corre por ahí un wassapt gracioso que los que dicen haiga, coiga, asina, vistes...los dejan salir antes). Sigo pensando en la sabiduría de Higinio (Antonio de la Torre) en la Trinchera infinita: "Roza, yo no zalgo, después de tó, aquí endentro no ze está tan malamente..." Eso mismo digo yo. Tan rutinario como soy, se acostumbra uno a lo de siempre, y tan requetebién. Que dejen salir a los niños, que vengan mis nietos a verme, y yo, tan contento. Ya he hecho amistad con María, la gachís de la tele que me está enseñando a coordinar los movimientos del tren superior con los del inferior, veremos a ver si de ésta no acabo de romper de una vez en maricuso, tanto levantar glúteos, tanto balanceo de cadera y dibujar arcos iris con los brazos... Decía que esta María de la tele se comporta como si nos conociéramos de tiempo, nada más enchufarla me dice "vamos allá, campeón, esto es rutina para ti". Y luego, ya metidos en harina, se me pone: "Buen trabajo, sí señor, así, así, venga, no pares, no pares, uhmmm qué bien, qué bueno..." Y eso que yo hago lo que me sale de los cataplines, no creáis que la sigo al dedillo ¡Coño, así da gusto entrenar! No como la Peque que está pendiente nada más que de corregirme, que si levanta más los brazos, que si flexiona las rodillas, que si más energía...

Esta mañana me ha sorprendido un montón la visita de mi hermano Manolo, claro -he pensado-, el que más se mueve. Como dispone de una llave, se presenta sin llamar y, de pronto, acabando mi desayuno, me lo encuentro en el pasillo de la entrada y me zampa sus dos besos, como los de Sabina, uno por mejilla. Así, a pelo, sin mascarilla ni gaitas. "Pero, Samuel -le protesto muy extrañado-, ¿qué coño haces aquí?" Nada, se pone como si tal cosa, asuntos de la cooperativa, y que ya que estaba en Antequera no se iba a ir sin verme. Lo más natural. Joer, lo más natural en otras fechas, no ahora. "Ahhh -se pone restándole importancia-, ya mismo nos desconfinan..." Y yo, todo asustado, tapándome la boca con mi mano para evitar sus proyectiles salivares. La madre que lo parió. Pero es que tal cual apareció se metió en el aseo a orinar "las pastillas de la tensión, ya sabes", y visto y no visto, desapareció. Las cosas de Samuel, pensé.

Luego, sentado en mi despacho empezando a enjaretar mi escrito de hoy, suena el timbre de abajo, el de la puerta de la calle. "Será el cartero -pienso-, suele llamar sobre esta hora. ¿Quién es, Peque" -le pregunto. Caso omiso, nadie contesta. Yo a lo mío, ni me levanto. Y al cabo de nada  oigo ruido de cerradura, me asomo y veo entrar a Elena, también con su llave propia. "Pero bueno -protesto con aspavientos-, ¿aquí todo el mundo tiene llave?" Que, nada, me dice, que ha venido a comprar piononos de la pastelería de al lado, y que ya se ha llegado a vernos. Y otros dos besazos. Con su poquito de vaho. Y antes de que me diera lugar a recomponerme del susto y pensar qué está pasando hoy en mi casa..., como por arte de magia va y se esfuma. "¿Elena, dónde te has metido...?" Empiezo a moverme de un lado a otro de la casa, y gritándole a mi mujer "Peque, Peque, ¿has visto a Elena?"
Y en éstas, me despierta un codazo de la Peque: "Estate quieto de una vez, que estás soñando, so joío".

Y era verdad, estaba soñando. Para que veáis cómo me afecta esto de la desescalada de los cojones, que hasta tengo malos sueños. Tardé en cogerlo otra vez, el sueño, y, cuando lo hice, noté cómo el sopor me transportaba por el cielo, y, de pronto, me vi en Sevilla, en el huerto que el Pozuelo tiene en el "Charco de la Pava", que habíamos quedado allí los amigos para comernos unas migas. Y aquello fue ya el descoque padre, la de abrazos, achuchones y besos... Porque mis amigos de Sevilla no besan así como así, no. La sevillana cuando besa, es que besa de verdad, remedando un poco la copla. Paki da unos besos tan apretaos y sonoros que te (ensuerben) sorben el carrillo, y me regaña por los míos, suaves y de señorita cursi, dice ella. Y el Palanco te da un abrazo de emigrante, de ésos que te levantan del suelo y te hacen crujir las costillas. Y todos allí, rebujados y besucones, que si tanto tiempo sin vernos, que quién se ha llevado mi cerveza, que no, que ésta es la mía, bueno da igual, está chupada, pero con cariño, que si cuchará y paso  atrás, ya me has quitado el tenedor... ¡Sudores de muerte! "De aquí no salgo vivo" -pienso viendo tanto roce, tanto intercambio de voces y de babas compartidas.

En esto que, de tanta miga con chorizo y pimientos, siento un fuerte apretón, tan fuerte que me despertó. ¡Menos mal! ¡Qué despertar más oportuno, oye!

¡Anda, déjate de ensueños, so cagueta, y vámonos pal balcón!

Nota: el de la foto no soy yo, eh.

2 comentarios:

  1. Muy gracioso.
    El de la foto no serás tú pero sueña lo mismo.
    Un abrazo, artista.

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  2. Es mi amigo el Pozuelo. En una feria de Sevilla. Como veis es igual de feriante que yo.

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