viernes, 17 de abril de 2020

Día 34. El motor del cambio

Mi entrañable amigo Joaquín llama maravilloso día de perros a días como el de hoy: lluvioso y ventoso. Días en que, sin temor alguno a los abanicos ni a las rachas de viento, se levanta a las seis de la madrugada para hacer ochenta kilómetros desde el balcón de su estudio en su bici sin ruedas. Se ha comprometido -y lo está cumpliendo- a llegar a Santiago por el camino de La Plata al término del enjaulamiento. Seguramente, ha perdido ya el norte, porque ayer mismo me llamó desde Cudillero... 

Pues bien, mientras él pedalea a su ritmo frenético, y otros ocupados amigos os dedicáis con desgana a ordenar archivos atrasados de discos, hacer montajes y vídeos, pasar el paño por los muebles del salón haciendo como que limpiáis, terminar la correspondiente clase on line de inglés o acompañar malamente a la gachís de la tele de la gimnasia, yo os voy a hablar hoy de un empresario catalán que soltó un pedazo de discurso en un Congreso Internacional de empresarios. Lo más positivo y novedoso que he recibido en wassapt. En su intervención se dirige a la sala y lanza un mensaje de esperanza, quizás utópico, si queréis, vale, pero de los que a uno, aun con capacidad de ilusión, le llega muy profundo. Y más, viniendo de boca de un empresario. Y catalán, para más abundancia.

Es largo el discurso, pero vale la pena. Yo os voy a resumir aquello que más hondo me ha llegado. Hay cosas que todos hemos oído alguna vez, pero como quien oye llover: que el 1% de la población acumula el 90% de la riqueza del mundo. Y el mundo está tan enfermo que lo tolera como si nada. Y no solo eso, sino que los superricachones hacen ostentación de  esa riqueza apareciendo orgullosos en el ranking de la revista Forbes. Una auténtica obscenidad. 
Nunca en nuestra historia hemos tenido tanto crecimiento, tanta riqueza como ahora. Y nunca tanta desigualdad y pobreza. Hemos perdido el sentido de nuestra dimensión en el mundo: la dignidad como seres humanos. Todo lo hemos reducido a crecer, hacer negocio y dinero... Y el que venga detrás que arree. Y si para ese propósito hay que destruir el planeta, pues se destruye. El crecimiento desorbitado de células se convierte en cáncer, y el cáncer mata. Pues lo mismo nos está pasando con nuestro planeta.
Hemos olvidado el antiguo humanismo, la espiritualidad, el arte, la dimensión mágica del hombre. Una parte de la Ciencia, encargada de cambiar el mundo para bien, ha desviado su camino descuidando valores éticos fundamentales. Y ha creado en el imaginario colectivo la idea de la competitividad y el miedo al fracaso como los motores del cambio. Somos animales que competimos para sobrevivir. En esto nos estamos convirtiendo. Y nos equivocamos. Es del todo perentorio llevar la dignidad y la ética al terreno de lo social y económico.
Practicamos un excesivo culto a la inteligencia. Nos sobra inteligencia, dice el hombre. En muchas ocasiones, la inteligencia nos produce más problemas que soluciones. El informe PISA nos dice que los niños españoles van mal en matemáticas, y nos preocupamos. Matemáticos muy brillantes nos han metido en las crisis económicas recientes. No era gente torpe. Inteligente, pero sin ética. La inteligencia no está cambiando el mundo para mejor. Y lanza una frase para la historia empresarial: "En las empresas ya no necesitamos personas inteligentes". Es fuerte la frase, eh. 
Aboga por un sistema educativo que no forme a los jóvenes en la competitividad y el provecho personal, sino en la ética y en la utilidad para la sociedad.
Y finalmente, exhorta una serie de sentencias lapidarias para los jóvenes empresarios. "Necesitamos bondad para cambiar el mundo. Es necesario bajar la inteligencia hasta el corazón... La ética debe ser un elemento fundamental de cualquier empresa... El primer objetivo de una empresa es contribuir en la construcción de un mundo mejor... Con empresas "humanas", los empresarios podemos cambiar el mundo..."

No me digáis que no emocionan estas reflexiones. Con empresarios así, uno bien puede puede abrazar el capitalismo. Me traen a la memoria tantas conversaciones de amigos con nuestro querido profesor Juan Francisco Ojeda, en un sentido muy próximo al de este sabio catalán. Con su humor tan almonteño, pero cultivado, Juan Francisco elabora una escala doméstica y chapucera, si queréis, en el nivel del conocimiento: Sabelotodo es el típico charlatán, una persona informada de todo, pero que no sabe nada. Sabihondo es aquél que conoce de muchas cosas, pero es un máquina, no conecta porque no le pone corazón, o bien utiliza aviesamente su conocimiento. Sabia es la persona con gran conocimiento y un enorme corazón. Inteligencia, bondad y humildad al servicio de la comunidad: he ahí la sabiduría. Es lo que ha hecho durante toda su vida -y lo sigue haciendo- mi amigo Franquelo, el de la bici estática, perdonad la indiscreción. Estaremos pues de acuerdo con este eminente empresario catalán y con Juan Francisco: la sabiduría debe ser el verdadero motor del cambio. Un cambio que nos devuelva un mundo más confortable, solidario y sano.

Y a mí en concreto estas cosas me hacen reflexionar en qué haya hecho yo en mi vida para humanizar mi mundo cercano. Creo que es una pregunta muy apropiada en estas fechas tan inciertas que estamos viviendo la gente de mi edad. Porque aun tenemos tiempo para ser más bondadosos -inteligencia nos sobra- y más sabios. Que así sea.

¡Enga, vámonos ya pal balcón!

3 comentarios:

  1. No creas, amigo Francisco. Cualquier logro de la humanidad ha empezado siendo una utopía. La utopía es la simiente de un buen fruto, si se la riega y cuida. Y luego que ya bastante gente concienciada en que así no podemos seguir. Si crecemos sin orden reventaremos. Hay que recuperar cordura y bondad. Un abrazo.

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  2. José María es lo que tiene esta vida fugaz y precaria, que solo nos acordamos de Sta. Bárbara cuando truena.
    Hace mucho tiempo que somos gente leída, pero aun seguimos siendo depredadores al descuido, ciegos y avarientos. Solo vivimos cuatro días, y aun así arrasamos con todo como si fuéramos a durar una eternidad.
    El coronavirus para bien o para mal, nos está centrando en lo que somos de verdad en medio de este Mundo.
    Con cultura o analfabetos, todos dependemos del Planeta que nos acoge, y nos vamos al garete como el resto de animales, en cuanto una tormenta llega y hace tabla rasa.
    ¿Inteligencia, cultura, informática, la Sociedad? Unos pardillos que no vemos la chapuza, un vano intento de aparentar ingenio.
    Un abrazo amigo.
    Juan Martín

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